¿A quién le creemos?

En estos alegres tiempos cada vez es más complicado el manejo del concepto de la fe...

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En estos alegres tiempos cada vez es más complicado el manejo del concepto de la fe, la creencia y la confianza, principalmente porque gracias a la apertura del mundo, tenemos la posibilidad de conocer –digamos- a ciencia cierta, lo que sucede en el trasfondo de los hechos.

Cuando el mundo era un poco menos diverso, todos teníamos una fuente a quien entregábamos nuestra fe informativa, pero tras la llegada de internet, la diversidad de fuentes, opiniones y formas de contar la misma historia, hicieron que al final, no se terminara creyendo en nadie y los lectores tuvieran a fuerza que crear una opinión propia, aún a expensas de la salud mental.

Por ejemplo cuando comencé a leer “El País”, “El Mundo” y el “ABC”, juraba y perjuraba que el segundo era el bueno, pero luego descubrí que el primero tenía puntos de vista más acordes con mi conservadora visión del mundo, y para arruinar más las cosas, el tercero me seducía con su tinte monárquico. ¿Qué solución encontré? Fácil: leer los tres.

Porque, si algo hay de cierto en este mundo y bien lo pregona Alanis Morriset, es que no se puede llegar a “la verdad”, sin volvernos un poco locos. Con toda la información que corre hoy en día, desde falsedades, tendencias malsanas, a incluso, percepciones honestas de la realidad, no hay jornada en que nuestra mente no esté saturada, harta de leer treinta mil veces la misma noticia, pero con diferente locutor o bloggero.

¿A quién darle la razón de lo que sucede en el mundo? A todos y a nadie, podría decirse, porque toda la marabunta informativa nos está llevando a la más absoluta de las indiferencias. Así es, más tarde que temprano, los ciudadanos somos víctimas de nuestra propia necesidad de “creer en algo o alguien”, pues tras una “exhaustiva” búsqueda de la verdad, terminamos casándonos con una visión de las cosas, sobre la cual haremos que el mundo gire, sin posibilidades de volver cuestionar, chance por temor, o mejor dicho, cansancio mental.

Por un lado, tenemos a los que desconfían de la televisión nacional, y al mismo tiempo, le entregan su fe a los medios digitales; dentro de este grupo, están quienes creen a pie juntillas lo que “dicen” las redes sociales, con la misma entrega que los primeros aludidos. Incluso en la web, salen a relucir las categorías en las fuentes: si lo dice CNN, es bueno; si lo dice FOX, es malo; y si entra RT News, ¡ni qué decir! Se transforma en el nuevo canon de los intelectuales de izquierda, con todo y que el 90% de las notas de ese medio, son tendenciosas y anti occidentales, muy acorde con la visión del Kremlin y sus #FakeNews.

Y ese es el principal problema: en la eterna lucha por tener la verdad, nos convertimos en seres incapaces de mantener nuestra claridad de pensamientos. Decimos lucha por la justicia, pero seguimos a un medio sin darnos cuenta de su trasfondo, y cuando por gracia de los bytes descubrimos nuestro error, lo “enmendamos” dándole el crédito total a otra fuente. Un simple círculo, cansado y vicioso de pereza mental.

Sin embargo, creo firmemente que esta singular situación, propia de los tiempos del conecte universal, nos llevará a buen puerto, no sin enfrentar muchísimas tormentas. El destino final, a mi parecer, sería nuestra total emancipación, un paso hacia el ateísmo filosófico que nos ponga en el camino de la reflexión interna, y nos aleje de esa odiosa característica tan propia de los mexicanos: la dependencia hacia el punto de vista de los demás.

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