El espejo digital

Hace mucho tiempo, la vida real llenaba los espacios en la red.

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Hace mucho tiempo, la vida real llenaba los espacios en la red. Conocer sobre el estilo, las costumbres y problemas verdaderos de un usuario en cualquier parte del mundo, fascinaba mucho más que conocer hoy día lo que “twittean” los personajillos de moda. Digamos… unos quince años atrás, la imagen digital se consideraba una falacia, un ente sin forma real que sólo servía para causar desmanes en el viejo internet. 

Con la popularización de la red de redes, esta reputación inventada se transformó en un adjetivo más importante incluso que el típico chaparro, alto, flaco o gordo: nuestro desempeño en Twitter y Facebook ahora nos antecede, toma ventaja y causa la verdadera primera impresión en nuestro interactuar ante la sociedad global o comunitaria.

Nuestra reputación en línea es ahora la imagen que cargamos en el hombro, como un perico de pirata: habla por nosotros cuando quiere, sin que tengamos completo control sobre él porque nos gusta ser lo que no somos, porque para nuestra desgracia, en las redes sociales de hoy vale más ser un personaje antes que una persona. 

Todos sabemos que detrás de cada “tweet” hay un deseo de figurar o trasgredir. Pensemos un poco más y encontremos en nuestros actos “online” un poco de esa necesidad. Nos agrade o no, hasta el más normal de los usuarios anhela el reconocimiento por sus actos digitales, cualesquiera que sean; tiene el ferviente anhelo de que su imagen ante los otros “cibernautas” sea notoria y digna de ejemplo, aunque en realidad sus acciones no pasen de escribir, con mediana ortografía, un post en Facebook. 

Lo interesante de esto es que las redes sociales nos permiten tener más de un perico en el hombro. El relativo anonimato permite diversificar nuestra personalidad, dosificarla respecto al público al que deseamos llegar, y como coloquialmente se dice, ver cuál es chicle y pega para adherirnos a ella y sacarle provecho hasta que una nueva tendencia o idea nos lleve a generar otro personaje. 

Este curioso fenómeno explica –en parte-, porque los blogs y cuentas personales cada día son menos populares. ¿Vende acaso en Twitter la historia de vida de un “cancunense más”? ¿Nos resulta atractivo conocer las peripecias de un ciudadano de a pie que no tiene más pretensión que vivir? Desafortunadamente no. El morbo –muy mexicano- se deleita con los escándalos, la provocación y la ironía exagerada sobre la vida, como si en no fuera ésta ya lo suficientemente cruel y complicada. De aquí salieron los viners, los vloggers, y ahora los youtubers, que son exactamente los mismos, pero ahora concentrados en el corral de Google. 

Pensándolo bien, la cara con la que saludamos al mundo todas las mañanas desde nuestros teléfonos inteligentes no es realmente nuestra, sino la que nos impone el número de “me gusta” que una foto o publicación nuestra consigue, y que de un día para otros, nos hará cambiar el gesto, con tal de seguir disfrutando de esa reputación, muchas veces, contraria a quienes somos en realidad. 

Activos y armas 

Dice el subsecretario de Hacienda Miguel Messmacher (sin Twitter) que el gobierno federal no usará el precio de las gasolinas como un activo electoral. Alguien debería decirle que ese rubro en particular ya se emplea, pero como arma electoral y sin que el gobierno meta la mano: son los usuarios que con cada peso que pagan, suman más razones para votar en contra “de aquél que sí puede ser nombrado”. 

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