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Una pregunta sencilla: cuando usted va a reparar su casa, ¿separa sus actividades según las asignaturas de su educación? En otras palabras, ¿deja todas las sumas, restas, multiplicaciones y divisiones para hacerlas en el mismo momento, por separado de otras labores?, ¿o realiza las operaciones matemáticas según las requiera, al mismo tiempo que dibuja un plano o redacta pedidos de material de construcción?

La respuesta debe ser obvia para cualquiera. En la vida real nunca hacemos únicamente matemáticas y luego solo dibujo, para terminar con todas las actividades de escritura hechas exclusivamente en la misma sentada. No, lo que hacemos es integrar todo lo que sabemos para sacar adelante nuestro proyecto. Todo: hacemos las cuentas que resulten necesarias de dibujar un plano; miramos nuestro nuevo croquis con sus mediciones y escribimos a un lado la lista de materiales que debemos comprar. Es una actividad fluida, nunca fragmentada.

Lo hacemos así porque todo en nuestro mundo está interconectado y presenta múltiples facetas. Sin embargo, parece que este mismo mundo se ve distinto en la escuela. En la mayoría de ellas se dedica un tiempo fijo y exclusivo a aprender matemáticas; otro, para escritura; otro, para dibujo; otro para… La idea de atomización, falta de relación y contexto es clara. Si además preguntamos al profesor de matemáticas qué le puede proporcionar el docente de escritura, para que su clase de algebra sea más efectiva, lo más probable es que responda con una cara de sorpresa: “¿El profesor de escritura?, ¿quién es?, ¿qué enseña?”

Si uno platica —sin juicio ni descalificación— con estudiantes que no muestran interés por la escuela, es posible llevarse una enorme sorpresa. Es común que sean jóvenes brillantes e inteligentes. Entonces, ¿por qué no les interesa su educación? La respuesta es siempre contundente: “…porque no tiene nada que ver con mi vida”. No pierden el interés por la falta de relación con su vida futura; se desinteresan porque la escuela no tiene pertinencia con su vida actual, la que experimentan todo el tiempo. Y esta falta de pertinencia es producto directo del enfoque educativo que, en aras del futuro, fragmenta el conocimiento en compartimentos separados.

¿Está mal que en la escuela se den clases de matemáticas, de dibujo o de escritura para mejorar las posibilidades de una vida futura? No, de ninguna manera. Lo que está mal es que estas asignaturas no estén integradas, de manera que lo que se aprenda en una tenga relevancia en las demás, en la vida futura de los estudiantes y, sobre todo, en su vida presente. Sin un enfoque en la actualidad de los jóvenes es muy difícil que logremos convencerlos de la utilidad de la educación para su vida futura.

Lo que debemos hacer es asegurarnos de meter a la vida real en la escuela, al mismo tiempo que llevamos la escuela de regreso a la vida real. Lo que se aprende no solo debe preparar para el futuro; las y los jóvenes ya tienen una rica vida presente, la que requiere de nuestra mejor educación. Cambiemos nuestro enfoque. Para un mejor futuro… un mejor presente de las y los jóvenes.

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