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En las universidades hay estudiantes que parecen poco interesados en la transformación personal que la institución ofrece. Quizá las promesas de una buena educación no les resultan creíbles o valiosas. Es posible creer que estos estudiantes son autocomplacientes, irreflexivos y hasta mediocres.

El objetivo de estos estudiantes aparenta ser el de seguir las instrucciones de sus profesores para darles gusto y obtener notas aprobatorias con el mínimo de trabajo. Sus estrategias de aprendizaje son la memorización y la repetición, más que en la comprensión crítica. Su ley, la del menor esfuerzo. ¿Qué pasa, en realidad?

La primera explicación que viene a la mente de los profesores es la de una educación previa de mala calidad: son malos estudiantes universitarios porque asistieron a malas escuelas preparatorias. Es el cuento del gato que tenía los pies de trapo y los ojos al revés, ¿quieres que te lo cuente otra vez? Una historia de nunca acabar: son malos porque fueron malas porque fueron... No es explicación convincente.

Existe una mejor: nuestros estudiantes padecen inequidad. El capital social —concepto de Pierre Bourdieu, sociólogo de la educación— es la red de relaciones personales empleadas por un individuo para perseguir sus fines y mejorar su posición social. Estas redes relacionales son el punto de apoyo para la inserción y la promoción en el estudio, trabajo o comunidad. Dime a quién conoces y te diré quién eres, en qué trabajas y hasta cuánto ganas.

El punto es que el capital social está relacionado menos con el esfuerzo que con el origen social. Algunas personas, por el simple hecho de nacer, tienen importantísimos capitales sociales a su disposición. Otras, la enorme mayoría, son trapecistas de circos pobres y no disponen de estas redes. Piense en la diferencia que existe entre un hijo de Trump o un hijo de cualquiera de los vecinos de su cuadra. ¿Cuál cree que dispone de más apalancamiento para convertirse en millonario? ¿Cree en verdad que la diferencia es de inteligencia o capacidad para trabajar? En lo personal, no lo creo.

En educación el capital social está representado por mentores, tutores, asesores, profesionales y científicos dignos de ser seguidos o cultivados. Estas personas son palancas que aumentan la efectividad de los esfuerzos estudiantiles para lograr una mejor vida. Quizá los programas de tutorías de las universidades, más que enfocarse exclusivamente sobre la trasmisión de información institucional o la prevención de la reprobación y el abandono, deban dirigirse también a ayudar al estudiantado más vulnerable a construir estas redes. Sería una aportación muy significativa.

Si realmente deseamos mejorar la educación de la mayoría, es necesario considerar este factor determinante. Constituiría una importante innovación educativa. Los esfuerzos académicos no pueden entenderse al margen de la inequidad social.

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