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Además de la narrativa dinámica y muy práctica, Zemeckis se apoyó en la capacidad de Joseph Gordon-Levitt. (Redacción/SIPSE)
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Por: Rafael Destúa

Son inciertos estos días tras terminar las superproducciones de verano y antes de que empiecen las cintas -casi siempre dramas- que aspiran a los Oscar, pues es cuando entran los filmes menores que sólo “rellenan”la cartelera. Sin embargo, a veces, entre ellos se cuela alguna sorpresa, una pequeña cinta sin mercadotecnia ni presupuesto, pero con mucho mérito, como es el caso de “En la cuerda floja (The Walk)”.

Luego de ver por primera vez a un equilibrista, el pequeño Phillipe aprende y practica ese arte, por sí mismo, obsesivamente. Pero no es hasta principios de los setenta -siendo un artista callejero- que encuentra un artículo describiendo la nueva maravilla de los rascacielos, las Torres gemelas que construyen en Nueva York, y se da cuenta que toda su vida se ha preparado para cruzar de una a otra.

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El director Robert Zemeckis demuestra, de nuevo, que en el cine, como en la cocina, un gran creador no necesita los ingredientes y preparaciones más caros y exóticos para brindar arte. En esta ocasión toma una historia memorable y sencilla, basada en la vida real, a la cual pinta con la magia del cine, como si se tratara de una fábula de Esopo moderna. Siguiendo algunas de sus estrategias habituales, Zemeckis nos ambienta en la época por medio de la música, con canciones conocidas de los 60 y 70 para colocarnos en el año, y a partir de ahí, emplea una banda sonora original, orquestral, para llevarnos a lo largo de la cuerda floja de una torre a otra, junto con Phillipe Petit. Realiza la cinta con la sencillez y firmeza que da la experiencia.

Además de la narrativa dinámica y muy práctica, Zemeckis se apoyó en la capacidad de Joseph Gordon-Levitt para empatizar con la audiencia y dar vida al desquiciado equilibrista francés, a quién rodea de un reparto capaz pero bien centrado en sus roles secundarios. Ben Kingsley hace un gran trabajo como el mentor, Charlotte Le Bon, James Badge Dale, Clement Sibony y Steve Valentine dan apoyo y redondean el rol de Petit.

La película es también un homenaje al recuerdo de las Torres gemelas, aludiendo a cómo entraron en el corazón de los neoyorquinos y lo mejor es que lo hacen con muy buen gusto. Sin embargo, es disfrutable a todos los niveles, con elementos muy sólidos como para verse nominada en algunas de las futuras entregas de premios.

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