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En los años ochenta las cintas de “Mad Max” revolucionaron el cine postapocalíptico. (Contexto/Internet)
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Por Rafael R. Deustúa

En los años ochenta las cintas de “Mad Max” revolucionaron el cine postapocalíptico, popular por el constante temor a que iniciara una guerra nuclear en cualquier momento. Su creador, George Miller, se inspiró en las historietas europeas Metal Hurlant y con un mínimo presupuesto de 650 mil dólares ofreció un antihéroe psicópata para un desquiciado universo. Ahora le dieron cien millones de dólares y le dijeron: Hazlo de nuevo.

“Furia en el camino” no tiene libreto, quizá un argumento general pero no historia. La casualidad lleva a Max a colocarse entre un tirano mutante con ínfulas divinas y sus preciadas “esposas”, que huyen de su esclavitud sexual.

Miller no explica el universo de su historia, pero a cambio nos ofrece un diseño de producción tal, que basta para que lo imaginemos nosotros mismos. Cada elemento visual, desde el diseño de los autos, vestimentas de cada tribu, las cicatrices o tatuajes de los personajes... hasta un simple volante cuenta una historia a través de sus detalles y detona nuestra imaginación para que creamos real un mundo completo mas allá de la historia que vemos en pantalla.

Y aunque esta sea una película palomera de domingo, para lograr eso se necesita de un maestro soñando por 35 años con tener cien millones de dólares para concretar sus sueños... quizá ayudado por algún alucinógeno.

Temía que con tanto promocional hubieran gastado todas las escenas de acción, pero no es así, casi todo lo de los trailer lo vemos en los primeros 10 minutos y luego empieza la acción. Miller empieza fuerte la cinta y luego solo sigue acelerando y subiendo el volúmen, pero sabe a donde va pues con giros sutiles le da un sentido y mensaje a su historia.

En actuaciones es inevitable comparar a Tom Hardy con Mel Gibson (Max original), y se extraña al segundo; algunos elementos hacen pensar que la cinta estaba planeada para un Max veterano y no uno treintañero. Hardy carece de la muda expresividad de Gibson.

Miller tomó la buena decisión de dejar el peso dramático en Charlize Theron y ella correspondió con un trabajo que da espíritu al filme. Las esposas trabajan bien y Hugh Keays-Byrne cumple de nuevo como villano, pues fue también el villano -aunque con otro personaje- en la Mad Max de 1979.

Una buena película, sencilla, dura y desquiciada... que no gustará a todos.

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