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Jordán de la Madrid estudió en el Escuela Nacional de Circo y Variedades de la Habana, Cuba. (Consuelo Javier/SIPSE)
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Lara Alfaro/SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.- Desde los siete años Jordán de la Madrid sintió pasión por las artes circenses, todo comenzó cuando un vecino de su pueblo natal Taguasco,de la provincia de Sancti Spíritus en Cuba, que trabajaba en el circo Villaclara hacía sus prácticas, él tímidamente se asomaba por la barda para apreciar sus habilidades, desde entonces sitió curiosidad por ese mundo.

El menor de ocho hermanos, recuerda con nostalgia su infancia, en la que admite fue un niño consentido, al que llevaban a ver el circo que visitaba el pueblo cada dos o tres años, a pesar de los pocos recursos de sus padres.

En sus ojos verdes se refleja alegría al admitir sus primeros inventos de la niñez, cuando tomó el alambre donde su mamá guindaba la ropa para montarse y comenzar hacer equilibrio, al verlo su progenitora soltó un gritó y le pegó suavemente con el palo de la escoba en las piernas y así reprenderlo por su acción.

“Nunca voy a olvidar ese día, luego de lo sucedido un tío me ofreció una un cable de circo para comenzar a practicar, día a día me montaba a baja altura y caminaba, me sorprendí de mi capacidad para el equilibrio”.

Lo aceptan en la Habana 

A los 14 años sus padres lo llevaron a una audición en el Escuela Nacional de Circo y Variedades de la Habana, luego de ocho horas de viaje, hizo su presentación, y días después le llamaron para decir que era aceptado, por lo que pegó un brinco hasta casi tocar el techo, siendo así uno de los días más felices de su vida.

Luego de estudiar durante cuatro años, se especializó en el alambre flojo, realizó trabajo social durante 24 meses en su provincia, para después viajar por ocho países donde hacía sus presentaciones que eran fijadas por el gobierno de su país. 

“Tengo 27 años con este trabajo, en Cuba este es una carrera que es difícil para ser aceptado y tiene mucha demanda, a pesar que al principio mis padres querían que fuera médico con el tiempo me apoyaron con lo quise hacer”. 

Luego de un viaje para Japón, decidió quedarse en México, teniendo como primer destino Tlaxcala donde se casó y tuvo un hijo, dos años después se vino junto a su familia a Cancún en busca de nuevos horizontes. 

Entre cuerdas, trapecios y escaleras, reseña su paso por diversos hoteles de la ciudad y lo difícil que ha sido luchar con la idiosincrasia de los mexicanos, al tomar el circo como un pasatiempo.

“Tengo una escuela de arte circense donde acuden seis personas con grandes habilidades, este es un trabajo como cualquier otro, donde si tienes disciplina puedes ganar buen dinero, se requiere buenas condiciones físicas y pasión por el arte”.

A pesar de estar lejos de la tierra que lo vio nacer, manifiesta que es de los cubanos agradecidos y que viva donde viva, siempre pondrá en alto lo que hizo su gobierno cubano por su formación como ser humano y profesional.

Ahora en la tercera etapa de su carrera, se siente en la obligación de volcar sus conocimientos hacia la enseñanza de los niños y  jóvenes de la ciudad y afirma con vehemencia que si volviera a nacer seguiría siendo el circo su gran pasión. 

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