La culpa no es de Borge

Infinitas horas de conversación y caudalosos ríos de tinta han corrido en los últimos días en (des)honor del detestado ex gobernador quintanarroense...

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Infinitas horas de conversación y caudalosos ríos de tinta han corrido en los últimos días en (des)honor del detestado ex gobernador quintanarroense, Roberto Borge Angulo, que por primera vez se convirtió en tendencia (trending topic) nacional en redes y medios de manera natural, sin necesidad del ejército de bots que utilizó para autoadularse durante su mal recordada gestión.

Nadie en su sano juicio podría defender a Roberto Borge. Vamos, ni siquiera sus “amigos”, a quienes protegió y encumbró, y que cuando estaba en el poder ladraban furiosos cual perros guardianes a todo aquel que se atreviera a criticar ligeramente al joven y caprichoso gobernador, dando la cara por su líder, por su jefe político, al que hoy desconocen,

Borge hizo muchas cosas mal. Gobernó con la dureza de un capataz pero con la inteligencia emocional de un infante berrinchudo y consentido. Sus exabruptos en la red del pajarito azul, en la que en sus primeros años de gobierno se enfrascaba en pleitos ridículos con cualquier ciudadano evidenciando su inmadurez; su majadería en los eventos públicos; su insoportable petulancia; sus cercas de vallas metálicas, pero sobre todo su corrupción desmedida, lo convirtieron en el gobernante más odiado que se recuerde en tierras quintanarroenses.

Pero Borge no tiene la culpa.

La culpa la tiene nuestro sistema político, y la tenemos nosotros. Todos nosotros.

Somos culpables al tolerar, como sociedad, mantener a gobiernos estatales y federales disfrazados de democráticos, pero que en los hechos son cuasi dictaduras en las que la división de poderes es solo un mito, porque en los hechos el poder se concentra en la figura del Ejecutivo.

“El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”, dijo alguna vez el político inglés conocido como Lord Acton, en una frase certerísima que explica el nacimiento de los Borges y los Duartes.

Los gobernadores no tienen contrapesos y disfrutan de un poder absoluto capaz de corromper hasta el más honesto de los seres. Son alabados dónde sea que se paran por un séquito de servidores que se tienden a sus pies, buscando, por supuesto, la bendición para sus propios intereses.

Nuestro sistema está construido para enaltecer el ego de los gobernantes, tanto así que incluso las herramientas que la ley establece para que rindan cuentas, como los informes de gobierno, se convierten en una celebración a la vanidad política y personal del mandatario.

Roberto Borge vivió en una burbuja durante su mandato. Como aquel príncipe feliz del cuento de Oscar Wilde, que solo veía la opulencia de los jardines de su palacio rodeado de altas bardas que nunca le permitieron ver la pobreza de su pueblo, el ex mandatario nunca visualizó sus profundos yerros porque construyó un muro a su alrededor que protegía su frágil ego de cualquier amenaza.

Nunca nadie se atrevió a decirle que estaba actuando mal, que su soberbia terminaría por enterrarlo, y que el poder era tan efímero como un suspiro.

Y nadie se lo dijo porque, en México, al poderoso se le apapacha, se le adora, se le enaltece… hasta que está en el suelo.

Roberto Borge fue un producto de nuestro sistema, de nuestra idiosincrasia, de nuestra ignorancia, de nuestra pasividad y desinterés.

Roberto Borge fue el constructor de nuestras debilidades como sociedad, debilidades que le permitieron llegar a gobernar a un estado sin tener ni el perfil, ni los merecimientos, ni mucho menos las cualidades políticas para hacerlo.

Mientras nuestra perspectiva no cambie, mientras no hagamos valer el verdadero principio de la democracia que es que el poder reside en el pueblo, mientras continuemos girando la manivela para mantener andando este sistema corrupto, los Borges seguirán llegando a la gubernatura, a las presidencias municipales, a las diputaciones locales y federales.

Borge pagará sus culpas –que son muchas– en prisión, pero nosotros, los quintanarroenses, estamos pagando un precio mucho mayor por las nuestras, con rezago, inseguridad, pobreza y una deuda pública infame.

Y es que las culpas se pagan caro.

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