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Mi tío Roberto se ganó toda su vida el sustento siendo barbero, por ahí en los 50 logró al fin ahorrar de su propio sudor y puso una modesta barbería de cuatro sillones en una concurrida calle de La Habana.

Junto con el 95% de la población de Cuba ayudó y apoyó el levantamiento del romántico movimiento de un joven Fidel Castro que llenó una nación de esperanza ante una dictadura… para ponerse él como dictador luego.

En el año 1961 vino la primera oleada de robos a propiedades que culminó en 1968 en la última que el flamante tirano llamó “ofensiva revolucionaria”. En esa última oleada de abusos, cientos de miles de pequeños empresarios y emprendedores de la más próspera economía de América Latina fueron expoliados sin ningún tipo de compensación.

Desde la barbería de mi bonachón tío Roberto hasta restaurantes, fondas, bares, puestos de frutas, edificios de oficinas, empresas, zapaterías e industrias de todo tipo. Obviamente entre las industrias estaban enormes conglomerados como Shell, Texaco, Cubana de Aviación (con capital 100% nacional), Televisoras, terrenos, fincas, sembradíos y sin dejar fuera al humilde vendedor de pan con fritas del carrito de la esquina.

Absolutamente todo fue robado a punta de pistola, sin explicación y sin mediar un solo peso a sus legales dueños. El sustento de miles de familias y las generaciones de millones de empleos fueron sumidas en una vorágine de robo que culminó creando la nación más económicamente fallida del continente.

Si al menos el resultado hubiera sido prometedor sería diferente el ánimo, pero ha sido fatal para todos, crearon una nación de balseros de una economía boyante.

Hasta el día de hoy, el robo llevado a cabo por los Castro ha resultado ser el mayor expolio de la historia desde el llevado a cabo por los nazis contra los judíos en la II Guerra Mundial.

La recién activada Ley Helms Burton permite a ciudadanos estadounidenses y empresas demandar a empresas cubanas y extranjeras que estén lucrando con sus antiguos bienes robados, ojo, la palabra va y con todas las letras: robados.

No hay otro nombre para quitar una propiedad o un bien sin mediar pago. Los ladrones por ende deberán pagar su fechoría y las empresas que lucren con bienes robados por igual.

Obviamente, la liberación al fin de una ley tan naturalmente justa responde a los intereses que ha manifestado el gobierno de Estados Unidos de extirpar la ocupación cubana del sector militar y de inteligencia del régimen de Nicolás Maduro, pero si por las causas más distantes se hace justicia, vale el esfuerzo.

Mi pobre tío Roberto ya nunca pudo reclamar la recuperación de su pintoresca barbería de barrio, pero no puedo más que mirar con satisfacción la avalancha de demandas de empresas y personas físicas a sus ladrones.

Es completamente falsa la acusación de extraterritorialidad de la ley, se aplicará bajo suelo norteamericano y con jurisdicción estadounidense. Desafortunadamente sólo los poderosos dueños de las trasnacionales afectadas en el expolio pueden enfrentar los gastos legales de una demanda cuya solución puede tardar años. Pero se está haciendo justicia al fin.

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