La mona y la seda

Los millennials son satanizados por gente que no los entiende, por aquellos que no son capaces de comprender...

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Los millennials son satanizados por gente que no los entiende, por aquellos que no son capaces de comprender sus necesidades, tan diferentes de las de nuestra generación, tan propias del capitalismo post neoliberal.

Estos “jóvenes” no son tan distintos como creemos o deseamos que sean. Tienen la misma inventiva y capacidad de razonamiento que nosotros cuando teníamos su edad, aunque sus medios de comunicación son mucho más expeditos que los de hace veinte años, por ello son tan populares y sobre todo, mediáticos. Todo cuando les ocurre es un drama, una aventura, lección o ejemplo para muchos, nos guste o no quienes tenemos la fortuna de ser padre de estos jóvenes.

Sin embargo, si algo tenemos los seres humanos, seamos “digitales” o no, es que de vez en vez, sacamos el cobre de nuestra estupidez, que en estos tiempos tan mediáticos, corre el riesgo no sólo de que se usen en contra nuestra, sino de algo mucho peor: que sea un fenómeno viral.

Marcela Aguirre, la infame “La Mars”, regresó al candil de la calle de las tendencias en redes sociales por cumplir un reto estúpido: meterse algo por la nariz y sacarlo por la boca. Así de simple. La joven, ejemplo mexicano del millennial tarado, que clamó contra la educación y logró colarse a los medios de la mano de Adela Micha, emplea su poder de “influencer” para lo que realmente quería ser: una simple estrellita de YouTube y los MTV Millennial Awards.

Es muy cierto que a fin de cuentas, “La Mars” es un personaje viral bien explotado por su creadora, pues medio país se cree sus cuentos y supuesta independencia del “sistema retrógrada”. Sin embargo, la máscara trasciende, llega a la mente influenciable de muchos jóvenes primerizos en redes sociales, que al notar su indiscutible éxito mediático, la imitan, transformando Twiter, Facebook o Snapchat es un remedo de producto de Multimedios.

Personajes como “La Mars”, Rubí o Mario Bautista, ejemplifican el exitoso empleo de los nuevos medios para viejos fines. Las redes sociales y su poder para viralizar un acontecimiento, poco a poco se transforman en moneda de cambio para encumbrar personajes absurdos como los mencionados, o para perpetuar viejas prácticas en otros contextos.

Pongamos como ejemplo las plataformas de “streaming”. Antes de la llegada de Netflix, las series de televisión duraban muchas temporadas por episodio semanal. Si tenía éxito, podían alargarse aún más, porque así lo mandaba la plataforma. Hoy, con la posibilidad de reproducir una temporada prácticamente en un fin de semana, las historias se cuentan más rápido y directo.

En dos días se consume la magia de la historia y demás, por lo tanto, es más factible ofrecer series que en dos o tres temporadas cuenten todo y tenga el éxito deseado, sin necesidad extenderlas hasta el cansancio, como sucede, por ejemplo, con The Big Bang Theory o The Simpson, que de tan alargada, ya no causa gracia ni al más fan de hueso colorado.

Sin embargo, hay quien pugna por perpetuar las viejas formas en las nuevas plataformas, poniendo en riesgo la rentabilidad de la misma. Hoy en día es más rentable la variedad de contenido que la apuesta a un solo proyecto. Netflix, Blim, Amazon Prime, Filminlatino, apuestan por ello, no por continuar con prácticas que, si bien aún funcionan, no es el objetivo hacia el que se avanza la industria del entretenimiento digital. Y esto también aplica para las redes sociales.

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