La violencia tiene cola

¿Existen o no las casualidades? Es un debate interesante en todos los ámbitos. En seguridad, los expertos prefieren hablar de causalidades...

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¿Existen o no las casualidades? Es un debate interesante en todos los ámbitos. En seguridad, los expertos prefieren hablar de causalidades. En efecto, los hechos violentos son gatillados por múltiples causas, incluso de índole política. En Quintana Roo se discute hoy, al respecto, de casualidades y causalidades.

En su columna de El Universal, el periodista Carlos Loret de Mola publicó ayer un registro de asuntos aparentemente vinculados entre sí. Al citar a Novedades, el reconocido conductor enlista “coincidencias” entre las acusaciones contra la administración borgista y la violencia. Enumera, con fechas y otros detalles, los actos de corrupción, desvío y despojos, cuya respuesta sería una seguidilla de acciones criminales.

Loret insinúa una motivación política atribuible al ex mandatario Roberto Borge. Pero si ese análisis encuentra asidero, valdría entonces encuadrar en esa hipótesis las recientes riñas en el Centro de Retención playense y las ejecuciones con dos sucesos: la presión para mantener a raya al delincuente Alejandro Chacón Mantilla, así como su posterior envío, junto a 12 más, a cárceles de máxima seguridad.

Tras las peleas entre internos, el gobierno del estado solicitó apoyó al federal para reubicar a 13 que habrían participado directamente en los dos altercados los días 26 y 27 de abril, con saldo de 22 heridos y un muerto. Entre los enviados figura Chacón Mantilla, un criminal protagonista de los últimos años, ligado a exgobernantes.

Por tales disturbios las administraciones de Carlos Joaquín y Cristina Torres han iniciado por separado tanto las denuncias como las indagatorias correspondientes. Hasta donde se conoce, una apunta contra la ex directora, Emma Robles Huizar, y los custodios. Además, obviamente, contra el señalado.

Es decir, al acorralar a Chacón se habría detonado la violencia interior, y posteriormente, al mandarlo fuera del estado para desarticular la supuesta red operativa, sobrevino la ola de ajusticiamientos para sembrar temor en la sociedad o descolocar la estrategia de las autoridades. Tiene lógica, pues, bajo esa óptica.

Lo que no puede negarse es que las casualidades o coincidencias, y las operaciones de los antisociales, provocan ese tipo de sospechas, las cuales enrarecen aún más el contexto. Tampoco podría negarse que ha habido respuesta policial, como más operativos, programas y campañas, que conforman una estrategia integral en vías de consolidación.

Si las consecuencias de las denuncias puntuales ya presentadas, como se especula con cierta razón, son las ejecuciones; las amenazas a servidores públicos; las intimidaciones a periodistas; los ataques a restaurantes y bares, o los intentos de invasión, habrá que entender la inseguridad con sus tentáculos de otra forma.

Desorbitado

Los especialistas alertan la manera de difundir y divulgar para no replicar las tácticas de los grupos delincuenciales. Por ejemplo, Víctor Jiménez Roca, experto en narcotráfico y narcocultura, sostiene que “desde hace años (los delincuentes) han creado todo un aparato de comunicación para mantener sujeta y desvinculada bajo el terror a la sociedad”. Eso, aunado a delitos como la trata, el “derecho de piso” y las extorsiones.

Se ha planteado en este espacio con insistencia: la participación ciudadana y abstenerse de reproducir información falsa en redes, son tareas vitales que también recaen en ciudadanos.

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