Pero ábranse al mundo

Los conflictos sociales aumentan gracias a la situación que día a día vive el planeta.

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Durante los últimos años las autoridades municipales de todo el mundo tratan de insertarse en la globalización mediante redes. Solas no han podido. Es una tendencia ya irreversible. Antes, esa estrategia era competencia exclusiva del Estado-nación y de los organismos internacionales conformados por los mismos países.

Pero atrás quedó ese monopolio, y vemos hoy que el urbanismo, el medio ambiente, la seguridad, la migración o el turismo son abordados en espacios de incidencia cada vez más abiertos y plurales por los representantes de las ciudades, donde realmente se sienten los impactos en torno a dichas temáticas.

El 27 de diciembre de 2013 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó el 31 de octubre como el “Día Mundial de las Ciudades”, con el objetivo de fomentar la cooperación entre naciones, desde lo local, para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos planetarios antes referidos.

En ese marco, vale la pena analizar cuán activa es su participación rumbo al próximo 31, en la llamada “mesa global”, ya que la voluntad no alcanza y muchos gobiernos centrales siguen limitando la actuación por miedo a los afanes autonomistas. Por estos días pasa en Barcelona, en ciudades asiáticas o en la Patagonia chilena, desde donde se propugna por una consideración con visos más independentistas.

El problema es que los servidores públicos se han visto rebasados por las problemáticas, condicionados por presupuestos y leyes, o impedidos por colores partidistas, en perjuicio de ciudadanos. No ha sido suficiente el ánimo de crear o promover redes para cooperar entre sí o influir en los grandes temas.

Por desidia, desinterés o falta de tiempo y dinero, los habitantes resienten la sobrepoblación, el desempleo, la marginación y la presión sobre los ecosistemas, la pérdida de identidad cultural y social; así como la desconexión con la naturaleza, los cambios de uso de suelo, la proliferación de asentamientos humanos irregulares, la pérdida de espacios públicos y el aumento de los conflictos sociales.

¿Cómo cambiarlo? Debe ser un esfuerzo mancomunado. Buenos ejemplos de redes consolidadas son la Alianza Euro-Latinoamericana de Cooperación entre Ciudades (AL-LAs); Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD); Gobiernos Locales por la Sostenibilidad (ICLEI), o MercoCiudades, ya que han logrado, desde la firma de acuerdos simples e incubar proyectos piloto en diversos ámbitos, hasta presentar iniciativas en seguridad regional y cambio climático.

En Quintana Roo, ninguna de nuestras ciudades “abiertas al mundo” participa en iniciativas como aquellas, gracias a las cuales se podría intercambiar experiencias, replicar políticas públicas efectivas y obtener recursos para innumerables planes. La visión es corta, acaso se consiguen hermanamientos, que al final resultan documentos sin efecto práctico oficial. Ni se diga de acciones más complejas, como la colaboración conjunta en ciencia y tecnología.

En tal sentido, suelen presumirse como logros la difusión de la imagen en el exterior y la realización de magnos eventos, aunque tanto la promoción como la anfitrionía representan apenas dos eslabones de esa integración que se antoja más completa. Y es que ni Cancún ni la Riviera Maya, ni menos aún la zona sur, intentan acoplarse a estas dinámicas en pleno apogeo en otras latitudes.

Nuestras ciudades quintanarroenses, nuestros destinos de clase mundial, tienen herramientas valiosas al alcance y marcos jurídico-institucionales en franco desarrollo, que deben saber aprovechar. La inserción turística a macrocircuitos ha sido eficiente, pero no suficiente: los temas de la humanidad más debatidos en este tiempo, conocidos ya aquí, deben tener respuesta desde lo local.

Es un paradigma que le cae bien a un estado con vocación internacionalista por naturaleza.

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