Más allá del parador

Cancún cumple 47 años. Una ciudad joven con problemas de un anciano, según han dicho los propios fundadores...

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Cancún cumple 47 años. Una ciudad joven con problemas de un anciano, según han dicho los propios fundadores, quienes también consideraron el problema de la migración como la principal razón del desgaste social que hemos sufrido.

 

En redes sociales, Cancún es un éxito comercial turístico, motivo de miles de “selfies”, comentarios y videos, en parte gracias a las coloridas letras del parador turístico, que ha encantado a visitantes y locales.  Sin duda, una buena idea en favor del turismo.

 

Sin embargo, más allá del parador y los vacacionistas, Cancún no suena en redes sociales por asuntos positivos. Las balaceras han puesto a la ciudad en la mira del mundo, y a muchos cancunenses parece no importarles, posiblemente (como consideran algunos fundadores) porque son precisamente los causantes de esta mala imagen, esos “cancunenses” que no vinieron a construir, sino “a ver qué encuentran”.

 

En el marco de los 47 años de nuestra ciudad, considero que un deber ciudadano es rescatar la imagen del destino, no con “hashtags” insulsos y de reacción, como los que se emplearon tras el ataque a la Vice Fiscalía, sino con la realidad y los hechos que nos hacen cancunenses. Cierto, a primeras luces suena a un complicada misión, dado el estado de la ciudad, pero si los pioneros lograron crear esta ciudad en medio de la nada, nosotros, los ciudadanos digitales, podemos tomar la batuta y levantar a Cancún en las redes sociales. Se los debemos, y sobre todos, nos lo debemos.

 

La mente en otro lado

 

Siempre existirá la presión mediática en todos nuestros actos. Desde que el ser humano se convirtió en un ente social, padecemos la necesidad por formar parte de una comunidad.

 

Hoy es muy común que en los conciertos, desfiles o museos, mucha gente opte por fotografiar o grabar el momento con sus teléfonos. Absortos en guardar para su posteridad ese momento, pareciera que prefieren vivir del recuerdo, pues no aparentan poner atención a lo que ocurre más allá del lente de su cámara, de tan preocupados que parecen por ver la pantalla.

 

Sin embargo, una realidad tan real como la realidad misma, es que esa gente sí está pendiente del mundo, pero tienen parte de su mente en otro lado: en nuestra inherente necesidad “millennial” por formar parte de la comunidad y sentirnos parte de la historia, aunque sea con una foto borrosa, un “tweet” o compartiendo una noticia mil veces compartida.

 

Sobre estas imágenes, lo más común es afirmar que el mundo ha cambiado la experiencia de vivir el momento por el de recordarlo; o que existe hoy día más apego a decirle al mundo lo que hacemos, que realmente hacerlo. Sin embargo, considero que hay algo más allá, menos simple que sólo el ver sin observar.

 

Cierto es que nos enfocamos ahora en retratar los momentos más que en vivirlos, pero esto no sucede porque nos ausentemos de la realidad, sino porque deseamos ser parte de una más grande. La urgencia por tomar la foto y compartirla con el mundo, es producto de nuestra nueva percepción del presente, de nuestro ser social que toma el lugar que antes tenía la individualidad.

 

Al subir nuestra imágenes a la web, no es tanto que cedamos nuestra vida a las presiones mediáticas de la autocomplacencia; buscamos, deseamos y “morimos” por pertenecer a la comunidad, por ser parte de la nueva realidad global. En otras palabras, preferimos ver al mundo bajo la óptica imperante en las redes sociales, que crearnos un concepto propio, más real, pero introspectivo, y por tanto, no tan sencillo de compartir con el colectivo en la web.

 

¿Es esto intrínsecamente malo? Eso depende del filtro de Instagram que queramos agregarle. Por un lado, participar activamente de la comunidad en internet nos abre muchas puertas a nuevas realidades, pero si no tenemos algo propio, verdadero y único que ofrecer a la misma, la web no nos rechazará, pero sólo seremos “uno del montón”, ese usuario que sólo responde a la moda imperante.

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