El ocaso de los influencers

En la ópera de Wagner, “El oro del Rin”, los dioses emprenden la búsqueda de una valiosa pieza...

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En la ópera de Wagner, “El oro del Rin”, los dioses emprenden la búsqueda de una valiosa pieza para mantener su poder, sin saber que eso los conducirá a la perdición, pues el oro del Rin sólo puede ser propiedad de aquél que esté dispuesto a renunciar al amor.

Este breve y escuetísimo resumen de la obra nos sirve de introducción para un fenómeno que tiene ya un tiempo en movimiento, pero que sólo de vez en cuanto llega al conocimiento del gran público de redes sociales, y mucho más espaciado, al mundo real: el imparable ocaso de los influencers.

El escándalo de @yosstop puso en evidencia las actitudes encontradas que genera este segmento del mundo digital. De un tiempo para acá, los poderosos influencers, jóvenes o no tan jóvenes cuyas voces son escuchadas en redes sociales; están en la encrucijada de permanecer en voga, de no pasar de moda, o en el mejor de los casos, retirarse con dignidad hacia otras actividades igual o más importantes.

De entrada, hasta las plataformas digitales comienza a dejar de lado a los personajes unipersonales que aún dominan parte de las redes sociales. Instagram, por mencionar al más importante, ya aplica en algunos países retirar de la vista pública los “likes”: el usuario podrá ver cuántos logra su fotografía, pero no el número que logran las otras cuentas.

Eso se debe a dos razones principales: bajar la tensión que en muchos usuarios genera el hecho que sus publicaciones “no gusten”, y además (algo más profesional) Instagram busca que haya mejor contenido, que los “likes” se obtengan por la calidad de la publicación y no tanto por la popularidad del titular de la cuenta, alias influencer.

Por otro lado, estos personajes están perdiendo influencia por una razón bastante lógica: ya aburren. ¿Cuántas veces se puede repetir el chiste, tag, broma o fotografía? Así como los bloggeros poco a poco se transformaron en periodistas, escritores o sencillamente, dejaron por la paz los blogs, los influencers (antes vlogers) están ya en el ocaso de su popularidad.

Nombre o imagine a su personaje de internet favorito: todos han hecho prácticamente lo mismo, y poco a poco ellos también se han dado cuenta que sus historias y publicaciones, si bien tienen muchísimos me gusta, ya no tienen el mismo movimiento social digital que antes; vamos, ya no mueven a las masas, ya no generan hashtags porque ya es muy, muy obvio que están usando a sus seguidores: han perdido el toque de “amor” a las redes sociales que los hizo grandes.

Las empresas también se han dado cuenta que los influencers van de salida. Recientemente, Samsung ha expresado su desconfianza hacia el mercadeo digital con estas personas, y otras compañías se resisten a continuar con su estrategia que implica el empleo de estrellas de redes sociales. Esto se explica por una razón que nada tiene que ver con la pesadez, antipatía o aires de grandeza que se puedan o no dar estos jóvenes: la clave está en la naturalidad.

Un influencer que trabaja para una marca es tachado en redes como un “vendido”. Sea honesta o no su campaña, sus seguidores no aceptaran jamás el “product placement” que intenta hacer. ¿Por qué? Porque en redes sociales no es bien visto que “disimulada pero evidentemente” te quieran vender algo: aún en estos tiempos, en redes se le da importancia a la honestidad, sencillez y naturalidad de sus personajes, cosa que los influencers hace mucho que perdieron.

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