Negocio de piñatas, una tradición familiar de 25 años

Sin experiencia laboral, decidió hacer piñatas para mantener a sus seis hijos.

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Poco a poco el patio de su casa se fue llenando de piñatas de diversos tamaños, formas y colores. (Redacción)
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Fernanda Duque/ SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.- En diciembre, pero de hace 25 años, Silvia Nájera Cahuich, se hizo cargo de su hogar; y sin experiencia laboral y con sólo la primaria concluida, decidió hacer piñatas para mantener a sus seis hijos.

“Al principio las hacía tan feo que nadie las compraba, costaban 10 pesos, pero ni regaladas las querían, por ejemplo, mi primera piñata fue un oso, pero ya que la había decorado y vestido, la seguía viendo rara, le hacía falta algo… ¡no tenía orejas!”, dijo Silvia, quien no pudo evitar reír con el recuerdo.  

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Sin embargo, lo que ahora le causa gracia, hace 25 años le provocaba preocupación, debido a que era el único sostén de su familia, por lo que se dispuso, no a cambiar de oficio, sino a mejorar sus habilidades.

Decidió iniciar con la tradicional piñata de siete picos –la cual es su favorita-, figura que poco a poco fue perfeccionando hasta que logró que ciertos establecimientos aceptarán venderlas por encargo.

“A veces decía ‘ya estoy muy cansada, con lo poquito que tengo sacó adelante a mis hijos’...

“Las dejaba en las tienditas, y cuando las vendían me pagaban, pasó el tiempo y comenzamos a vender mejor y lo tomamos como un empleo, porque mis hijos también le entraron, nos juntábamos a trabajar”, menciona.

Poco a poco el patio de su casa se fue llenando de piñatas de diversos tamaños, formas y colores, debido a que a la semana tiene una producción promedio de 30 artículos.

“A veces decía ‘ya estoy muy cansada, con lo poquito que tengo sacó adelante a mis hijos’ pero luego, recordaba que me costó mucho aprender, para dejar el oficio ”, afirma Silvia, quien trabaja de cinco de la mañana a 10 de la noche.

Pero ese arte manual le ha dejado secuelas a su salud. Los pies y las manos de Silvia han resentido el paso de cinco lustros haciendo engrudo, conos y cortando papel, pese a eso asegura que no renunciaría a su trabajo.

 “La venta de piñatas es noble, te saca de apuros y si le echas ganas, es como cualquier trabajo, para mi es una profesión”, asegura y orgullosa presume que con las ganancias de su pequeño negocio, logró darle educación a toda su familia, en la que incluso ya hay una ingeniera.

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