Odisea

Cuando aquel viernes vio desde la ventana de su negocio que se acercaba un hombre en ropa de combate...

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Cuando aquel viernes vio desde la ventana de su negocio que se acercaba un hombre en ropa de combate, con una Kalashnikov (cuerno de chivo), y un lanzagranadas colgando de su hombro, Michel Catalano supo que su vida peligraba. El hombre y su acompañante tocaron. Previamente Catalano había ordenado a su empleado Lilian Lepere esconderse en la parte trasera. Los hombres, de apellido Kouachi, dijeron a Catalano que no se preocupara; sólo querían entrar. Llevaban días huyendo. Estaban cansados. Catalano se ofreció a preparar café para ellos. Tras 45 minutos, toco un vendedor a la puerta. Advirtiéndoles que el hombre no significaba ningún riesgo, los dos hombres accedieron a que Catalano abriera y lo despidiera. Catalano le explicó al vendedor que el hombre a su lado –el fugitivo que lo había acompañado hasta la puerta– era de la policía y que no lo podría atender. El hombre armado le dijo que se fuera, que ellos no mataban civiles. Al cerrarse la puerta, los dos fugitivos sabían que ahí terminaría su vida, y le dijeron a Catalano que llamara a la policía y le dijera que ellos, que formaban parte del ataque que días antes había sufrido la revista francesa Charlie Hepdo, estaban ahí esperándolos.

Cuando llegaron cientos de policías, Catalano se escondió en su oficina. Al notar que uno de los hombres sangraba debido a una cortada que tenía en su cabeza, y se ofreció a vendarlo. Entonces, les rogó tres veces para abandonar el lugar antes que la policía terminara de cercarlo. De manera sorprendente, accedieron. “No eran agresivos,” diría después. Dudando si debía decirles o no que ahí estaba escondido Lepere, decidió que sería mejor no hacerlo. Mientras, desde un cuarto cerrado con llave, durante seis horas Lepere avisaba mediante mensajes a los policías sobre los movimientos de los terroristas y les describía la distribución del local. Entonces sonó el teléfono de uno de los fugitivos. Era el periodista Igor Sahiri. Contestó el terrorista Cherif Kouachi, que, entre otras cosas, preguntó: “¿Ha muerto algún civil durante los últimos dos días que nos han estado buscando? No somos asesinos, somos defensores del profeta (Mahoma), y mataremos a quien lo insulte.” A las 5 de la tarde la policía inició la batalla. Tras una breve, pero intensa refriega, los dos hermanos Kouachi murieron. Al día siguiente, a cuadras de ese lugar, los padres de Lepere confortaban al muchacho de 27 años, que se sentía sumamente traumado por la odisea vivida.

 

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