Estudiantes que escriben: de la frustración al éxito

Recuerdo que hace tiempo acudí a la biblioteca universitaria para hacer una consulta.

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Recuerdo que hace tiempo acudí a la biblioteca universitaria para hacer una consulta. En la mesa de al lado, un grupo de estudiantes discutía la manera de realizar un trabajo, que debían entregar para la evaluación final de su curso, enfocado en los problemas de nuestro país.

 

Por tratarse de la escritura de un ensayo, y por ser el escribidor de estas líneas profesor de redacción, mi atención se tornó en curiosidad sobre lo que las y los estudiantes en realidad hacen frente a un trabajo escrito. Dejé se ser un usuario de libros para convertirme en un observador no participante. En otras palabras, me convertí en espía al servicio de la educación.

 

Para mi sorpresa, el pequeño grupo decidió comenzar de inmediato a redactar el producto final, empezando por el título y la introducción, o sea: por el inicio del texto. En ese momento, supe que su probabilidad de éxito era muy baja. Para mis adentros, calculé el tiempo que tardarían en desesperarse o en quedarse bloqueados frente a la página en blanco. No fue mucho.

 

Después de casi media hora, habían intentado avanzar sin poder pasar del primer párrafo. Cada que lo hacían, las dudas y las discusiones sin rumbo los empantanaban. Cuando estaba a punto de revelar mi presencia observadora, para preguntarles por qué no intentaban planificar su escrito antes de redactar el producto final, la frustración los venció y decidieron algo que me dejó perplejo: ¿Por qué no lo escribes tú —le dijeron a una estudiante de lentes, quien seguramente era considerada como una buena escritora— y luego los demás lo revisamos? Uno de los integrantes, un poco desconcertado contestó: ¿Pero… que no debe ser en equipo?

 

Me di cuenta del doloroso fracaso de nuestro sistema educativo frente a una tarea vital: la necesidad de que nuestros estudiantes universitarios sean capaces no sólo de comunicarse por escrito con efectividad sino además de utilizar la escritura como una herramienta para pensar, quizá la mejor. Ésa seguramente era la meta buscada por su docente, vencida por la desilusión estudiantil: provocar la discusión crítica y sistemática de ideas sobre los problemas más apremiantes de nuestro país.

 

Si queremos lograrlo, las instituciones educativas deben promover el aprendizaje de la escritura no como el dominio de conceptos gramaticales, normas ortográficas y usos de signos de puntuación, sino como un proceso que integre investigación, reflexión, planificación, organización, escritura, revisión, corrección y discusión crítica. En otras palabras, las clases de redacción deben dejar de estar enfocadas en ejercicios sobre oraciones, acentuación o utilización de puntos y comas —los cuales siguen siendo esenciales— para ayudar a las y los estudiantes a desarrollar un proceso de escritura propio, uno que les funcione no sólo para comunicar sino también para reflexionar de manera metódica. Ésa es la verdadera misión de los cursos sobre escritura.

* Departamento de Desarrollo Humano, Universidad del Caribe (https://pupitresletrasycerebros.blogspot.com/)

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