La democracia mexicana borra sus contrapesos

Antes de tomar el poder, el virtual presidente electo de México ha tomado la escena.

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Antes de tomar el poder, el virtual presidente electo de México ha tomado la escena. La suya ha sido una toma de poder adelantada.

El gobierno electo se anticipa a sus tiempos legales. Ha salido a comerse el mundo y el mundo que quiere gobernar ha salido a reconocerlo y a ponerse de su lado con rapidez paralela. Han reconocido su triunfo sus adversarios políticos y el gobierno, sindicatos oficiales y empresarios, medios y redes sociales, Estados Unidos y los gobiernos del mundo.

Hay prisa en el nuevo gobierno. También desmesura. También una lectura precisa de la oportunidad del momento, de la marea propicia. Hay, sobre todo, una lógica política implacable:

Teníamos hasta el 1 de julio un gobierno mudo con 20 por ciento de aprobación. Tenemos desde el 1 de julio un gobierno de tremendo instinto mediático electo con 53 por ciento de los votos, mayorías absolutas en el Congreso y mayorías constitucionales al alcance de la mano.

Es un escenario, digamos así, de sobra de legitimidad y vacío de gobierno. Dicho de otro modo: un triunfador sin contrapesos. La votación de julio borró el juego de partidos a que nos habíamos acostumbrado y le dio al triunfador todo el poder que puede dar un proceso democrático, un poder que es lo más cercano al poder absoluto alcanzable en una democracia.

La elección de julio, además, consagró una preponderancia política sin fisuras de legitimidad. Los curiosos recuerdan que el último presidente priista en ganar algo parecido fue Miguel de la Madrid, en 1982.

Los viejos recordamos que aquellas mayorías del PRI tenían siempre en nuestra cabeza, y en la de los gobernantes, una fisura de ilegitimidad.

Ellos y nosotros sabíamos que aquellos votos no eran ciertos. En porcentajes enormes eran inventados por el mismo aparato gubernamental, que controlaba las elecciones y llenaba urnas según se juzgara necesario.

Los votos de López Obrador y Morena son todos de verdad. Su mandato democrático no tiene trampas ni fisuras.

Por eso mismo, porque los votos son de verdad, la elección del 1 de julio ha sido terminante y ha dejado al sistema político sin contrapesos.

Ha sido una elección democrática que diluyó los contrapesos de la democracia.

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