Viviendo en Instagram

Una semana en Instagram cambia la vida digital de cualquier usuario de redes sociales...

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Algunos le llaman mundo prefabricado. Otros, una ventana a la belleza, y unos tantos, un culto al ego. Instagram nos puede fascinar por la riqueza de contenido visual, aunque su verdadero encanto está en la mente del “instagramer”.

 

Una semana en Instagram cambia la vida digital de cualquier usuario de redes sociales por varias razones, pero considero que la más importante es el esfuerzo por conseguir la “toma perfecta” que cuente una historia.

 

A diferencia de otras redes sociales dedicadas a la fotografía, ésta tiene la particularidad de ser la más popular, y por ende, donde se exige al usuario que sus imágenes digan algo más de lo que se ve: nos relaten una vivencia personal o general, lo más orgánica que se pueda sin caer en la artificialidad de los wannabe influencers, pues si bien es cierto que todo en Instagram es una pose, el chiste es hacer que no se note tanto, vamos, que la historia que se quiere contar contrarreste el posado de una publicación a modo.

 

Ahora, ¿tiene utilidad esto? Consideramos que sí, al menos (claro está) desde el punto de vista digital. Esta forma de contar nuestra vida nos lleva a buscar los momentos “instagrameables”, a apreciar los instantes –valga la redundancia- que a veces dejamos pasar porque no pertenecen a algo más grande. Como dijimos, también está el esfuerzo creativo que todos ponemos en las publicaciones, pues es muy cierto que no subimos todo sino hasta tener el “encuadre” perfecto, y que aunque esto suene demasiado ególatra, a fin de cuentas nos levanta el ánimo y saca la sonrisa.

 

Como todo en la vida, existen los sanos límites en Instagram, a fin de evitar que nos devore la necesidad casi, casi inevitable de compartir momentos e historias a cada rato, y vivir pegado a la pantalla checando cuántos “me gusta” hemos logrado.

 

Un like y un dislike

 

El nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá tiene, entre sus muchas aristas y bondades, un punto que debemos, sino celebrar, sí tomar en cuenta: el impulso al comercio digital.

 

Bien sabemos que nuestro país aún está extendida esta vertiente comercial, principalmente por la desconfianza del público general a las laxas leyes sobre el tema, pero ahora gracias al acuerdo (forzado casi a la escala del ‘tómalo o déjalo), México tendrá que emparejarse con sus socios para cumplir su parte, potenciando en lo general las perspectivas de venta a través de medios digitales.

 

Sin embargo, no todos es un “me encorazona”: críticos señalan que el nuevo acuerdo no contempla los derechos digitales del usuarios, ni el establecimiento de candados para el uso de sus datos personales, máxime tras el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica; dejándolos prácticamente en igual estado de vulnerabilidad. Aunque, a modo de descargo, no olvidemos que en este punto en específico, ni siquiera Estados Unidos sabe aún cómo blindar los datos personales sin violentar la libertad del mundo digital.

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