¿Académicos, al poder?

Preocupa que insistan en que los agravios en Michoacán recibieron respuesta y la entidad está en paz

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Preocupa que insistan en que los agravios en Michoacán recibieron respuesta y la entidad está en paz, cuando los hechos demuestran que sí, efectivamente disminuyó la violencia, pero el poder no está en manos del Estado, al menos allí.

Tan contentos se muestran de lo que consideran un éxito de fino tejido político, que para Guerrero construyeron la misma salida y llevaron a la gubernatura interina a otro académico universitario, como si las aulas les hubieran servido de antídoto contra la corrupción y los placeres del poder.

Los problemas que desean resolver con el mismo método, son diametralmente distintos, sobre todo por la vigilancia internacional que Estados, medios, organizaciones políticas y culturales del mundo ejercen sobre México, porque están pendientes de la manera en que este gobierno pueda dar cauce al descontento que crece exponencialmente.

El problema es que cuando luce la figura del secretario de Gobernación, analistas y políticos, esparcidores de rumores y encuestadores, ven en él una copia del personaje creado por Italo Calvino para El caballero inexistente, o quizá se topan con esas reflexiones de Amos Oz, en la que nos confronta para espabilar a los lectores.

“Es cierto, tal vez sea uno de los treinta y cinco malvados que, de hecho, se sacrificaron por la sagrada ideología con la que nos comprometimos en nuestra juventud. Aquellos cuya maldad los llevó a unirse a nuestra doctrina, a nuestro trabajo e incluso nuestras buenas acciones. Escucha, querido, ¿no es cierto que con nuestra maldad hicimos cosas buenas de las que ni el diablo nos puede privar? Pero la maldad participó en todas esas acciones: la astucia. Y ahora vienen unos ignorantes que nos odian y la llaman retorcida astucia de ancianos. ¿No es cierto que nuestras maquinaciones y artimañas no pretendían conseguir riqueza ni placeres? ¿No es cierto que lo que hicimos fue en nombre del bien? No, no hay que ocultar la verdad, jamás traicionamos nuestro honor, ni entonces ni ahora, pero sin embargo nos convertimos en criminales…”.

Ya no hay de esos políticos que asumen su responsabilidad histórica, mientras Luis Echeverría Álvarez -dicen que es el verdadero culpable- se pone de pie como un arlequín impulsado por un resorte, para aplaudir la manera en que lo eximió su patrón.

Los partidos políticos, todos, no hacen uno, mucho menos cuando creen que con los académicos van a resolver los problemas de poder político y el otro, el grave, el de la administración y control de la delincuencia organizada.

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