Nos consumimos Quintana Roo

Se han difundido investigaciones acerca de los riesgos latentes en las costas y barreras naturales.

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Hace unos días el Atlas de Vulnerabilidad Hídrica de México alertó que Quintana Roo es uno de los estados con “muy alto riesgo”. No es la primera vez que organismos -nacionales e internacionales- publican lo alarmante de las altas temperaturas, la pérdida de arenales, el desgaste de los manglares, la sequía o la afectación de los arrecifes en nuestro territorio, por citar ejemplos evidentes.

Durante décadas, tanto intelectuales como líderes mundiales y guías espirituales han difundido investigaciones acerca de los riesgos latentes en las costas y, peor aún, de maltratar las barreras naturales, sin las cuales el nivel del mar avanza inexorablemente. Porque el incremento de ese nivel no es ciencia ficción, como tampoco lo son la acidificación de los océanos, el deshielo de los polos o la desertificación del suelo.

Con esos antecedentes no resultan exageradas las proyecciones de que Isla Mujeres, Cozumel o Holbox (islas pobladas), ni Banco Chinchorro o Contoy (deshabitadas, aunque con gran biodiversidad), son las más vulnerables y que, por lo tanto, estarían condenadas a la desaparición, de continuar estas tendencias.

Ante ello la pregunta inevitable es: ¿Y qué podemos hacer? Los científicos aseguran que la mitigación es todavía posible, incluso en los análisis más catastrofistas. Lo que se debe tener en cuenta es que “el futuro de la humanidad está en peligro por la humanidad misma”, sentenciaba Kofi A. Annan, ex secretario general de Naciones Unidas, hace décadas. Nada más real y vigente.

Entonces si parte de la solución está en manos de las sociedades (y no solo de gobernantes, incluido Donald Trump, que se niega a aceptarlo) las acciones no pueden esperar. Por eso deben celebrarse iniciativas como las revisiones a los programas de desarrollo urbano; las declaratorias de áreas naturales y reservas de la biósfera (como en Cozumel), o la obligación de separar residuos (como en Solidaridad), asuntos ya en desarrollo.

Lo criticable es que dichas alarmas parecieran inadvertidas por algunos académicos, servidores públicos y ciudadanos, quienes pretenden minimizar las problemáticas que, si bien no son exclusivas ni fáciles de frenar, nos incumbe sobremanera por la situación geográfica -expuesta a fenómenos hidrometeorológicos-; la abundante riqueza natural, y la vocación productiva que depende lamentablemente de aquello en peligro.

Este es otro desafío de todos. Los cambios registrados son apenas avisos de lo que sucederá con el clima si continuamos con este modus vivendi depredador. Tenemos que modificar rápidamente los patrones de producción y consumo para estar a la altura; de lo contrario, el cambio climático y las limitaciones del planeta nos llevarán a un giro en la manera como están funcionando la economía, la política y la sociedad.

Sería ideal no culpar a la naturaleza, sino reconocer la responsabilidad individual y colectiva, y asumir cambiando la conducta para reducir las diversas fuentes de contaminación, de explotación de los recursos y de las emisiones de gases de efecto invernadero.

No es tarde y sí es posible.

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