Huracán social

Un peligroso fenómeno social pende sobre los quintanarroenses dentro y fuera de línea.

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Un peligroso fenómeno social pende sobre los quintanarroenses dentro y fuera de línea. Las noticias sobre el fenómeno “Earl” reflejaron, además de que no llegará a la zona norte, la falta de consciencia sobre lo que significa o no el impacto de una tormenta o huracán.

Desafortunadamente, parte de esta situación la podemos achacar a nuestra interacción en las redes sociales, pues ante su popularización, confiamos en ellas más que en los partes informativos de la autoridad, compartimos datos incomprobables o apreciaciones personales sobre el fenómeno, que otros usuarios tomarán literalmente como información fidedigna, “retweet” que nos hará sentir como todo un comunicador.

Esta cadena del horror socava la cultura de prevención que hace muchos años podíamos asegurar que teníamos firme, máxime porque desde hace tiempo Cancún no ha sufrido (y esperemos que siga así) el impacto directo de un huracán. A esto, sumémosle el que hay muchísimos nuevos cancunenses en la ciudad que sólo han escuchado sobre “Gilberto”, pero sobre todo de “Wilma”, y por tanto tienen una idea catastrófica y un poco peliculesca sobre el paso de estos fenómenos y sus efectos.

“Earl” no llega a la zona norte. Los destinos-motor del estado están a salvo esta vez, pero considero que nuestra misión como viejos cancunenses en las redes sociales, es aprovechar esta situación para difundir la verdadera cultura de prevención ante estos fenómenos, no sólo el consabido semáforo de alertas o las recomendaciones que cada año se repiten hasta el cansancio: hablamos de la experiencia.

A través de nuestras cuentas de redes sociales, mesuremos a nuestros conocidos, hagámosles entender que jugar al chistoso no ayuda, ni al destino ni a su imagen, pues un fenómeno tropical, nos toque o no, es un asunto serio, y no una simple “lluvia grandota con viento”.

Brechas salvables

Es muy cierto que internet potencia las diferencias, pero también acerca las similitudes. El encanto de la web está en darnos nuevas opciones, al grado que muchos las consideran inabarcables o incomprensibles para cierto rango de edad o grupo, y de ahí nace esa necesidad de crear generaciones o nombrar sociedades dependiendo de la aplicación o viralización de temporada.

Este fenómeno, para nosotros, comienza a ser cíclico, y por tanto más comprensible y menos lejano. ¿Qué si Snapchat es incomprensible para los “adultos”? Lo mismo decían de Twitter. ¿Qué sí los vloggers no tienen sentido? Tal cosa se dijo de los bloggers y su exposición personal. Y así podemos sacar más ejemplos: Facebook, Pokémon GO, Vine, Instagram, la televisión con sus reality show e incluso la radio.

Todo es cíclico. Los jóvenes incomprendidos de hoy serán adultos rezongones dentro de diez años que también llegarán a la misma conclusión: aquella fue la etapa que nos tocó vivir, con las aplicaciones que había que experimentar, no somos ni menos listos o más tontos, simplemente son los que nosotros fuimos hace unos cuantos años.

Veamos esto como una situación de espejo invertido: reflejamos en otras personas lo que nos gustaría ser, perdiendo la oportunidad de notar lo que somos, nuestros logros y realidades… simplemente porque es más fácil procesar un espejismo que una realidad “no tan cool” para la dictadura de moda en las redes sociales.  

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