Ingenuidad

Hoy abundan los defensores de quienes niegan riquezas mal habidas, propiedades lujosas, cuentas que no salen, conflictos de interés y abiertos actos de corrupción. ¿Interés, complicidad, simple ingenuidad?

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Cuando de política se trata, el término “ingenuidad” adquiere un cariz peyorativo. Condición plausible acaso para la infancia, nunca para la fase adulta del señalado de poseerla, es sin embargo argumento para justificar excesos, descuidos, errores. Hoy abundan los defensores de quienes niegan riquezas mal habidas, propiedades lujosas, cuentas que no salen, conflictos de interés y abiertos actos de corrupción. ¿Interés, complicidad, simple ingenuidad?

En su exhaustivo tratado sobre la Divina comedia, Ángel Crespo recuerda dos casos que él aventura en el supuesto de la ingenuidad. Si la estructura del Infierno no es geológica, sino moral y determinada por las diferentes especies de conducta que hacen al hombre enemigo de Dios, es ingenuo especular sobre sus entradas y salidas, sobre su situación “real”. Sin embargo…

Para resolver tan “ociosos e inexistentes” problemas, gente tan aguda como Miguel Ángel se ocupó de calcular la duración exacta del viaje dantesco en términos de cronología astronómica y Galileo quiso medir la extensión de los círculos infernales. Una ingenuidad, dice Crespo, pues Dante nos da una idea exacta poética, pero no geográfica, de ese y los otros dos reinos de ultratumba.

Y como pocos escapan a la ingenuidad, por qué no pensar que esos guardaespaldas de políticos en medio del escándalo han resbalado en tal estadio, antes de pensar que solo los mueve la militancia y el interés. Si aquellos sabios, inmortales, se deslizaron por ese torbellino, por qué no esta muchedumbre de hombrecitos de a pie iba a perder el paso también.

Cuando el lector se halla frente a las explicaciones, propias y por vocería, del Presidente, su esposa, su secretario de Hacienda, su operador del Pacto por México; cuando ve cómo se va destapando el pantano de crímenes en Guerrero; cuando, en fin, el espectador atestigua el infierno de impunidad seis siglos después de Dante, solo puede atender con azoro los intentos discursivos de “legalizar” conductas de inocultable voracidad.

¿Ingenuidad? Valga apuntar que si esa condición no es creíble para las figuras renacentistas citadas, con perdón del examinador de la Divinacomedia, menos para los actuales portavoces del poder, cómplices vividores del erario.

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