Jugando aprendemos

Cuando viajo, disfruto mucho entrar a las tiendas de artesanías y me gusta encontrar los juguetes que me remontan a la infancia...

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Cuando viajo, disfruto mucho entrar a las tiendas de artesanías y me gusta encontrar los juguetes que me remontan a la infancia, donde el momento más esperado del día era el atardecer cuando los del barrio nos reuníamos a jugar.

Decidíamos qué jugar, y si algunos no estaban de acuerdo, la decisión se definía con un: Piedra, papel o tijera.

Cuando encuentro un trompo, recuerdo la calle llena de niños formados en círculo viéndolo bailar, ganaba el que permanecía más tiempo, era toda una estrategia desde como enrollar el hilo en el trompo, hasta calcular la velocidad del lanzamiento. Al iniciar el juego decíamos una letanía: “Trompo de elefante, trompo dormilón, si me juegan trampa les doy un trompón”.

Respecto al yo-yo siempre teníamos a alguien en el barrio que llegaba a enseñarnos un nuevo truco, mientras todos estábamos muy atentos para aprenderlo. El más difícil era hacer el columpio.

En ocasiones llegaba alguien como el Quico, que vivía cerca de la zona naval, nunca faltaba el marinerito presumido hijo de un capitán con un trompo muy colorido y de tamaño enorme, que mientras lo dominaba terminaba con moretones en las manos. Los mejores eran los que hacíamos con una lata, un hilo de hamaca y un palito de paleta.

La matatena, donde lanzábamos la pelota mientras recogíamos una pieza, luego dos, después tres…. Todos estábamos sentados en el piso llevando la cuenta para que no nos hicieran trampa. 

Cuando alguien llevaba un trozo de carbón todos felices jugábamos al avión,  se requería de destreza y equilibrio para saltar con un solo pie.

Como vivíamos cerca del mercado, cuando encontrábamos costales que dejaban los naranjeros, esa tarde el juego sería la carrera de costales, donde nos metíamos en el costal y saltábamos hasta llegar a la meta que se había marcado. En ese yo era la mejor,  hace algunos años en la escuela de mis hijos nos hicieron esa competencia y pude comprobar que no he perdido esa destreza, hasta me gané un premio.

Los viernes teníamos más tiempo y jugábamos “veo, veo.” A lo que los compañeros inmediatamente  preguntaban ¿qué ves?: una cosa. ¿Qué cosa? Muy maravillosa, ¿con qué letra empieza? Con la…  ¿Y termina?: con la… Este juego sin darnos cuenta nos servía para la materia de español.

Con el juego de “Basta” todos mejorábamos nuestra ortografía porque si nuestra palabra tenía un error se invalidaba.

Puedo afirmar que a través de juegos desarrollábamos habilidades de motricidad, de matemáticas y de español. Lo mejor era que para nosotros, representaba solo diversión. Hoy en día vivimos una época de tecnología los juegos son diferentes, pero no son malos, adaptan a los niños a la era actual y a los avances que la modernidad impone.

De mi infancia, comprendí que la mejor manera de aprender algo es a través del juego y esa técnica la empleé con mis hijos, fue tan notable el resultado que decidí profesionalizar este conocimiento y certificarme en: estimulación temprana en agua.

He tenido la suerte de que algunos padres me confíen la formación de sus hijos, dándoles clases, con alegría los veo crecer desarrollando su inteligencia y talentos. 

Pitágoras decía: Educa a un niño y no será necesario castigar a un adulto. Esta frase va directamente a los maestros, padres de familia o personas a cargo del cuidado del niño.

Cuando educamos enseñamos, cuando enseñamos aprendemos, y cuando aprendemos no será necesario utilizar el castigo... ese es el significado de la educación.

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