La importancia de preguntarse

Hay preguntas eminentes y de respuesta inasequible, como qué es la poesía, qué es la vida...

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Hay preguntas eminentes y de respuesta inasequible, como qué es la poesía, qué es la vida o qué es el amor; capciosas como ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?; preguntas de averiguaciones anatómicas, como la de Chico Ché, con su ¿de quen chon, esos ojos que miran bonito?, entre tantas.

No imagino qué sería del mundo sin las preguntas, si hace miles de años nadie se hubiese cuestionado qué eran las plantas, qué era el fuego, por qué había luz y luego oscuridad; por qué caía agua del cielo; qué era el suelo que pisaban y hasta dónde llegaba.

Misterios como esos son los que dieron inicio a la reflexión y con ello a figurarse causas e inventarse explicaciones. Para los nórdicos, la lluvia caía gracias a que Thor agitaba su martillo, y para los aztecas era un regalo de Tláloc; para los mayas el hombre fue hecho por los dioses a base de maíz y de acuerdo a la mitología griega fue Prometeo quien creó al hombre de barro. Todas las culturas se han cuestionado qué es el hombre y cómo surgió; qué es el universo y quién lo creó o de dónde nació. Y gracias a las preguntas existe la filosofía, y gracias a esta existen todas las demás ciencias y artes. 

Toda buena pregunta surge a causa de algo importante, tiene una razón de ser; pero sobre todo, la importancia de ésta radica en la respuesta, y en su sentido de utilidad. No todas las respuestas son soluciones, sino que muchas vienen a ser nuevos objetivos. Porque las preguntas son como pequeños trampolines, que nos permiten llegar más lejos y alcanzar terrenos inexplorados.

Las preguntas que hacemos hablan de quiénes somos y marcan el curso de nuestra existencia. Vean a Voldemort (valga la referencia), por ejemplo, preguntando: ¿Qué es un horrocrux? ¿Quieres casarte conmigo?, puede marcar el inicio de una nueva vida; y ¿cuáles son sus últimas palabras?, puede marcar el fin de ella (claro que ambas preguntas guardan relación con la condena).

¿Por qué los perros ladran? ¿Por qué el cielo es azul? ¿Qué es la lluvia? ¿Por qué dormimos? ¿Por qué soñamos?, es el tipo de preguntas que suelen hacer los niños, que en caso de tener padres poco tolerantes y con tendencia a la irritación, pueden llegar a ser contestadas con un “deja de cuestionar” o “no preguntes cosas tontas”. Qué fatídico error el de condenarle a un párvulo sus dudas y reflexiones. Y después de todo, tal como dijo Jostein Gaarder en “El mundo de Sofía”: No es una pregunta tonta si no puedes responderla.

Desgraciadamente, vivimos con sistemas educativos que no fomentan la curiosidad de los niños y jóvenes. Y peor aún, muchas personas a veces llegan a temer el preguntar para evitar caer en el error o en el ridículo; o dejan de preguntar por aparentar saber más que los demás.

Todo el sistema filosófico de Descartes inició con la premisa de que debe dudarse de todo. No tomar nada por cierto, y librarse de las ideas viejas. Se vio tan confundido sobre lo que en verdad era la vida y la existencia, que acabó por dudar de absolutamente todo. Pero luego se dio cuenta de algo, de algo de lo que sí podía estar completamente seguro: de que duda. Y si duda, es seguro que piensa; y como piensa, es seguro que es un sujeto que piensa. Por eso afirmó: Pienso, luego existo.

Qué sería de nosotros si los primeros filósofos no se hubiesen preguntado de qué materia estaba todo hecho; si  los filósofos griegos no se hubiesen cuestionado sobre la vida, el alma, la política, la ética; si en la Edad Media no se hubiesen preguntado sobre Dios y su relación con el hombre; en La Ilustración, sobre el ser y la fe, la libertad y los derechos, la razón y el conocimiento; en el Romanticismo sobre la naturaleza y el sentimiento, los sueños y la imaginación. 

¿Qué es la vida? La vida es una eterna pregunta, un constante preguntarse, con respuestas siempre inconcretas que alternan entre lo fatídico y lo sublime. La vida es una pregunta a la que vale darle la vuelta mil veces durante la existencia.

 

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