Leer a temprana edad

“Te canto un cuento, te cuento un canto, en esperanto o en esperpento. Con voz de viento quiero tu espanto, y mientras tanto, tú, tan contento, como un pimiento...

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“Te canto un cuento, te cuento un canto, en esperanto o en esperpento. Con voz de viento quiero tu espanto, y mientras tanto, tú, tan contento, como un pimiento o un celacanto… Con qué portento mi cuento cuento: miel y amaranto. Casi te encanto. A veces miento, aunque no tanto. Lento, muy lento, te canto un cuento, te cuento un canto: encantamiento”. Con este “Ensalmo para cantar un cuento”, comienza el nuevo libro de poesía infantil del maestro Ramón Iván Suárez Caamal, “Te canto un cuento”.

En una de sus presentaciones, me encontré con Efraín Muñoz, un escritor radicado en nuestra ciudad. Cuando me acerqué a saludar, me presentó a sus dos pequeñas hijas, que traían el libro en brazos. 

Sabiendo que desde temprana edad tomé interés en la lectura y empecé a escribir, me dijo que hablara con ellas para invitarlas a que también escribieran. Lo primero que les pregunté fue si les gustaba leer. “Mmm…”, respondieron apenadas. Entonces fue el papá quien dijo que “ahí está el detalle” (a la manera de Cantinflas). Que no les gusta leer nada que no tenga dibujitos. No las culpo, y no es nada anormal, sucede lo mismo con la mayoría de los niños.

Para ellas, precisamente el libro “Te canto un cuento” es una gran opción donde poesía, cuento, texto e imágenes están equilibrados y la fantasía presente. Mi invitación se tornó hacia la lectura. Entonces les pregunté si acaso les gustaba la fantasía, las princesas, las aventuras. Naturalmente, contestaron que sí, con una sonrisa. Pues entonces, los cuentos deben encantarles, dije; con los libros pueden viajar a donde quieran sin tener que salir de casa, conocer mil lugares y tener emocionantes aventuras. De la plática con ellas, rescato lo siguiente:

Recuerdo que cuando era pequeña, la mayoría de mis noches se vieron marcadas por ejercicios de imaginación antes de dormir (algo así como echarle combustible al auto antes de emprender un viaje). Mi cuarto representaba el sitio de reunión familiar nocturno. Ahí dormían mis hermanos, y ahí mi mamá nos cantaba y organizaba cada noche el más hermoso certamen. Un personaje, un ambiente, y la primera frase de una historia, eran los únicos elementos proporcionados para la competencia. El ganador sería aquel del trío que inventara la mejor historia. Ahora me doy cuenta de la influencia que aquello tuvo en mí, y cómo desarrolló nuestra creatividad.

Considero que uno de los mejores pasos para que un niño o niña empiece a leer, es que los padres tengan interés en ello. Que deje de pensarse que el interés por la lectura deba ser inculcado en la escuela, y que sea en la familia donde se desarrolle. Que sean los padres quienes empiecen a leer a sus hijos, a motivarlos a que creen historias, quienes les regalen los libros. Debería ser de capital importancia que desde los primeros años, como en Finlandia, cada niño tenga su credencial de biblioteca.

Buscar los libros que al niño convengan, que le atraigan y que también le entretengan y fascinen (lo apropiado a la edad, nada de intentar que lean a Tolstoi a los 8 años).

Los cuentos y la poesía infantil pueden ser la mejor opción para reflexionar, aprender, despertar la imaginación, y sobre todo, lograr amor por la lectura. Los cuentos de Las mil y una noches; los de Hans Christian Andersen (La niña de los cerillos, El patito feo, El traje nuevo del emperador, etc.); Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas); Mark Twain (Las aventuras de Tom Sawyer), El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, son grandes historias, con grandes enseñanzas, para leer desde pequeños. Y lo que en verdad logrará el amor a la lectura, es que ésta sea vista como un juego, como entretenimiento.

Fue gracias a mis padres que empecé a leer. Lo digo con un “gracias” porque ha sido lo mejor que me han podido regalar. Con ambos platico sobre lo que leo. Y gracias a ellos sigo leyendo.

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