Lo que prometí, cumplí

La vasta obra de Dr. Jorge Carpizo McGregor es y seguirá siendo referente obligado en la casi deportiva costumbre de reformar las leyes en México.

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El 30 de marzo se cumplieron tres años de la partida del Dr. Jorge Carpizo McGregor, cuya vasta obra es y seguirá siendo referente obligado en la casi deportiva costumbre de reformar las leyes en México. Honró y es parte de la tradición de grandes juristas mexicanos. 

En un país de reformas y transiciones inconclusas, sus preocupaciones se centraron en temas cruciales como las reformas a la Constitución y a nuestro sistema político. 

De la primera decía: “Se le atribuyen a la Constitución una serie de males, y los males no son de la norma, sino son vicios de la realidad política y social… Para cambiar una Constitución hay que saber qué queremos y cómo lo vamos a hacer. Yo quiero cambios pacíficos… En el México actual, ¿es posible que las principales fuerzas políticas, sociales, económicas, de la cultura, se pongan de acuerdo en un nuevo pacto social? Yo tengo dudas, si a veces no se ponen de acuerdo ni en aspectos pequeños y no tan importantes”.

No creía en el presidencialismo, “degeneración del sistema presidencial que avasalla a otros poderes”, pero sí en la necesidad de una renovación del sistema presidencial como eje de gobernabilidad, una presidencia democrática: “...es el sistema que conoce la evolución constitucional de nuestro país, y en estos aspectos tan importantes para la estabilidad política no hay que andar haciendo experimentos teóricos”. Algunas de sus propuestas esenciales se ven reflejadas en las recientes reformas como la creación de un verdadero órgano de “control de la bolsa” dependiente del Congreso, mecanismos de gobierno semi directo como el referendo y la consulta popular (que en la reforma fue más allá dándole peso vinculatorio), reelección de legisladores con ciertos límites, revisión del proceso legislativo para evitar la parálisis y “del sistema constitucional de responsabilidad del presidente de la República para que no vuelva a atreverse a ejercer funciones que no son suyas… Ni hegemonía ni superioridad de ninguno de los poderes sino equilibrio, pesos y contrapesos, entre ellos.”

Su vida estuvo en el corazón de la tormenta en momentos críticos de la vida nacional, primero como rector de la UNAM y después en importantes cargos públicos. Su integridad personal y su obra académica lo avalaron siempre, aunque no bastaron para sustraerlo de la insidia en los territorios de la política, tan alejados a veces del campus de la sabiduría que fue su entorno natural. No evadió actuar en el foro de los quehaceres públicos y son memorables sus repuestas puntuales y valientes a sus detractores, algunos oscurantistas e intolerantes. 

Yo me atrevo a recordarlo con las palabras de Solón, padre de la “democracia ancestral”: “El que había venido para saquear, lleno de esperanzas, creyendo hallar aquí grandes riquezas, esperaba que yo, acariciando suavemente, sería fiero en mi manera de ser. Mas entonces se equivocaron, y ahora, enojados por ello, me miran de soslayo como a un enemigo. No importa: lo que prometí, cumplí…”.

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