Votaciones de rencor y sus arrepentimientos

Las naciones se hartan, se hastían de tanto engaño y sobre todo de la falta de esperanza...

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Las naciones se hartan, se hastían de tanto engaño y sobre todo de la falta de esperanza. Nadie se lanza de un bote justo cuando se ve la tierra al fin. De ahí los castigos de naciones enteras al establishment.

Uno de los más clásicos ejemplo de ello es el tristemente célebre Brexit. La excesiva regulación europea a los miembros de la Unión ahorcó enormemente la industria y la agricultura tradicional británica inglesa en favor de una estandarización escrita por tecnócratas a miles de kilómetros de distancia.

La fusión de la economía británica en el enramado europeo fue positiva en muchos aspectos, pero muy negativa en otros. Muchas empresas se vieron absorbidas por conglomerados enormes y la excesiva competencia sin aranceles y bajo cuotas de producción impositivas dejaron incluso marcas icónicas del otrora orgulloso Imperio Británico a merced de compras o de fusiones nada populares.

La excesiva influencia del gobierno sobre la industria nacional como la aviación, la automotriz o la ferrocarrilera terminaron por desaparecer de las islas verdaderos íconos como DeHavilland, Vickers, Bristol en el caso de la aviación o casi monumentos como Jaguar, Bentley o Rolls Royce, que eran orgullos nacionales y referentes mundiales terminaron en manos de empresas hindúes o alemanas. Como es normal, semejante decadencia causó estragos en el nacionalismo inglés que pujó por deshacerse de las limitaciones impuestas por la Unión Europea.

Como siempre, todo tiene dos caras; la membresía británica en la unión le reportaba a su vez infinidad de beneficios que, según expertos fueron mucho mayores que los perjuicios. Programas estudiantiles, tasas preferenciales de exportación, bloques conjuntos para hacer frente a amenazas como el dumping de los chinos, acuerdos migratorios, laborales, de defensa mutua, de seguridad y lucha contra la delincuencia. Sin contar el frente común en temas tan sensibles como los acervos de contrainteligencia o lucha contra el terrorismo. Uno de los males de la democracia participativa, pues en efecto no es nada perfecta, es la falta de información concisa con que puede contar el votante promedio para tomar una decisión sabia a la hora de poner un voto en una urna. Como regla general, el votante no le dedica tiempo a estudiar o a informarse de todo antes de ejercer su derecho. De ahí que muchos de los votos sean por enojo, frustración o una visión parcializada del tema.

El principal ejemplo es la certeza que el grueso de los electores que dijeron SI al Brexit ya se lo pensaron dos veces. La mayoría sigue convencida de su decisión, pero ya un gran porcentaje recapacitó y si hoy en día se repitiera la votación sería muy diferente el resultado. Igual le pasó a los venezolanos que hoy en día se dan de golpes en la pared por no haber escuchado o haberse informado del resultado de un gobierno como el que les proponía Hugo Chávez.

Ojalá nuestros ilusionados votantes no tengan que arrepentirse de su voto en julio de 2018 y no caigamos en una crisis de arrepentimiento nacional. Por lo pronto el tren maya va, diez veces más caro, pero va.

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