La milicia, el sacerdocio y la diosa libertad/ I

Es evidente que a muchos de los que protestan no les interesa hallar a los muchachos, tampoco exigir castigo para los criminales, su objetivo es cometer desmanes, denigrar al Ejército y polarizar más a la sociedad.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Dos hechos recientes y relevantes: la artera acusación contra el Ejército mexicano por el caso Ayotzinapa; y la manifestación del Papa Francisco acerca de la diosa libertad de expresión.

Ambos casos tocan, circunstancialmente, dos de las vocaciones más nobles que en el mundo han sido: la milicia y el sacerdocio. Ellas exigen, bien entendidas, el mayor grado de honor, valor y sacrificio. Al sacerdote corresponde primordialmente, sea cual fuere su religión, velar por la salud y el destino de las almas de los hombres; y al militar por la vida y el destino de las naciones.

De ahí el bien y el mal que sus conductas pueden producir. Por eso su deber de actuar con honestidad acrisolada, y el nuestro de defenderles ante injustas agresiones contra ellos y sus instituciones.

El primero: que el Ejército mexicano desapareció a los jóvenes, que los tienen en algún cuartel y los debe regresar. No importa carecer de pruebas; tampoco que las indagatorias de la procuraduría —con casi un centenar de detenidos, algunos de ellos confesos, muchas evidencias y docenas de peritajes— conduzcan fundadamente a sostener, salvo prueba superveniente, que policías de Iguala y Cocula los entregaron a una organización criminal, la que de manera por demás abominable los incineró en un basurero, y parte de sus despojos los echó a un río.

Dicen los supuestos abogados de las víctimas que no las buscarán en el cuartel de Iguala, por tener certeza de que ya se las llevaron de ahí. Pues tal certeza supone que les consta, también, que en ese lugar estuvieron, pero al no aportar pruebas de sus asertos, vale responder que aquello que gratuitamente se afirma gratuitamente se niega, y que quien acusa está obligado a probar. Además, dicen que informarán con un mínimo de anticipación qué cuarteles quieren revisar, para evitar que el Ejército los traslade a otra parte. Bueno, es tan infantil el comentario que hastaBabalucas tomaría oportunas providencias.

Es evidente que a muchos de los que protestan no les interesa hallar a los muchachos —ni de lo que de ellos quede—, tampoco exigir castigo para los criminales, su objetivo es cometer desmanes, denigrar al Ejército y polarizar más a la sociedad.

Por eso el gobierno no debe caer en la patraña de hacer de los cuarteles la pasarela anunciada, sino esclarecer plenamente la verdad de lo sucedido y castigar a los asesinos. Por eso las fuerzas armadas deben exigirse absoluta legalidad en su proceder —¡nunca otro Tlatlaya!— y nosotros brindarles firme y público apoyo ante acusaciones perversas.

El segundo: que el Papa haya marcado límite a la diosa libertad de expresión. Por supuesto que nada justifica, en nuestra cultura, el horrendo crimen de París, pero de que los “civilizados” provocaron y siguen provocando a los “fundamentalistas”, no cabe duda. ¡Cuidado! Si el Papa ha dicho, con buen humor, que quien ofenda a su madre puede esperar en respuesta un puñetazo, ¿no son previsibles nuevos atentados si se sigue “ofendiendo” a Mahoma?

Lo más leído

skeleton





skeleton