Mi Viejo

De chicos, era nuestro héroe que todo lo sabía, todo lo podía.

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De chicos, era nuestro héroe que todo lo sabía, todo lo podía. Nadie lo superaba, y era motivo de discusión o de un pleito infantil que alguien dijera lo contrario. Pero la vida tiene sus formas de engañarnos, pues ya mayores, quizá llegamos a pensar que habíamos sobrepasado su sapiencia. Lo veíamos tan distinto a nosotros, como si fuéramos de dos mundos distantes. Piero lo expresó muy bien en un cántico que desde ya se convirtió en un himno del que muchos se apropiaron: “Yo lo miro desde lejos, pero somos tan distintos…yo tengo los años nuevos, y el hombre los años viejos.” Pero tarde o temprano, el tiempo nos hará recapacitar, y sabremos que “de tanto venir andando,” como dice la canción, “tiene la tristeza larga”. Y es que, las cargas agobian, como lo llegamos a comprender con las responsabilidades y el trajín de la vida adulta. Entonces entendemos el sacrificio que hizo por nosotros, y, una vez llegada, la paternidad nos dará una mejor comprensión de la deuda que tenemos. Las fuerzas del héroe que todo lo podía han menguado; tiene “una figura pesada” –dice Piero– porque “la edad se le vino encima,” sin carnaval ni comparsa.

Por el sacrificio de toda una vida no pide nada a cambio, aunque sea merecedor de recibir todo. El gozo de la paternidad puede bastarlo todo. Rudyard Kipling lo puso de esta manera: “Hijo, Si quieres amarme bien puedes hacerlo, …mas quiero que sepas que nada me debes.” Los sacrificios del hombre que nos dio la vida pocas veces se comprenden a cabalidad. Las angustias, el sacrificio, los desvelos, y las privaciones quedan atrás. “Nunca en las angustias,” continúa Kipling, “por verte contento, he trazado signos de tanto por ciento.” Entendiendo eso, es que Piero cantaba, “…yo soy tu sangre, mi Viejo, soy tu silencio y tu tiempo.” Habrá quienes, teniendo aún a su padre, podrán expresarle su cariño y su gratitud. Sería suficiente, si por no por otra cosa, por haberte dado la vida. Pero si ya no pudieras corresponder a ese cariño, hay formas de agradecerlo, porque seguramente las palabras de Rudyard Kipling fueron, de alguna manera y en algún momento, las de tu propio padre: “Ahora, Pequeño,” te habrá dicho, “quisiera orientarte. Mi agente viajero llegará a cobrarte. Será un hijo tuyo, gota de tu sangre; presentará un cheque de cien mil afanes…y, entonces, mi Niño, como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle.”

 

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