Con un PRI devastado, un PAN fracturado y un PRD que apenas mantendrá el registro, Morena se alza como el eje de un nuevo sistema de partidos. Este desenlace electoral conlleva una concentración de poder presidencial que no se había visto en décadas.

Algunos analistas consideran que estamos ante el resurgimiento del presidencialismo de la época de oro del PRI. Se perfila un mandatario muy fuerte, un partido dominante con amplias mayorías, poderes locales acotados y una oposición disminuida.

Aquella legitimidad del régimen posrevolucionario que derivaba de su origen y capacidad para mantener la estabilidad, ahora está del lado de Andrés Manuel López Obrador tras su aplastante victoria en las urnas.

Y, sin embargo, la situación no es la misma. Hoy el poder emana del voto y hay alternancia en los gobiernos, pero sobre todo ahora el Leviatán tiene frente a sí una sociedad más compleja y participativa.

Tal vez, como lo hizo el PRI en su momento, el nuevo gobierno pueda alinear a la clase política y sumar a muchas entidades cupulares del país. No obstante, por amplio que sea su manto, jamás alcanzará a cubrir el universo de grupos y organizaciones que articulan a nuestra sociedad y promueven infinidad de causas, también con gran legitimidad.

Si en algún momento el régimen y su partido aspiraron a representar los intereses de todos los mexicanos, hoy eso es simplemente imposible. Son demasiadas las voces que expresan reclamos con frecuencia contrapuestos.

Basta ver la reacción de quienes proponen reformar el artículo 102 constitucional para crear una fiscalía independiente, luego de que el futuro presidente refrendara su oposición a ese cambio. Esta negativa fue rápidamente cuestionada por quienes integran el movimiento Vamos por una Fiscalía que Sirva. El debate apenas empieza.

Lo mismo veremos en otros temas de la agenda nacional. Pese al abrumador triunfo de Morena y su candidato presidencial, la sociedad ha cambiado y ya es impensable un regreso del ancien régime, si es que alguien tiene eso en mente.