El PRI no tiene la culpa

Ahora sus dirigentes piensan ya en la posibilidad de cambiar el nombre al instituto político...

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Fue tal el descalabro del PRI en las pasadas elecciones del 1 de julio, que ahora sus dirigentes piensan ya en la posibilidad de cambiar el nombre al instituto político, como si éste tuviera la culpa, como si sus principios y valores fueran los corruptos y los que dieran al traste con tantos años de logros, de victorias.

No, el Revolucionario Institucional no es el culpable de la debacle que hoy padece. Son sus malos gobiernos los que no sólo han traicionado la doctrina priista, sino que además se han dedicado a saquear el país, a los estados que ha gobernado, a los municipios que ha encabezado.

No, el PRI en ningún párrafo de sus principios ni de sus estatutos marca que deben ser corruptos, que deben incumplir las promesas de campaña. Es más, este partido es un instituto revolucionario, es decir, radicalmente contrario, antagónico al neoliberalismo que desde hace más de dos décadas han marcado sus gobiernos para conducir al México que hoy padecemos.

El Partido Revolucionario Institucional gobernó esta nación por más de 70 años de manera ininterrumpida, hasta que en el 2000 vino su primera derrota, la cual se preveía desde dos sexenios anteriores, cuando Carlos Salinas de Gortari obtuvo el triunfo de manera por demás polémica, sospechosa y hasta tramposa, marcada históricamente por la caída del sistema y por la quema de la papelería electoral.

Fue así que el país decidió por primera vez llegar a la transición en forma pacífica, eligiendo al PAN con Vicente Fox como candidato y primer presidente blanquiazul. Seis años después se ratificó al panismo con Felipe Calderón, y en el 2012 retornar a un priismo que parecía entender que con Enrique Peña Nieto tendría su “última oportunidad” de gobernar bien, que aprovecharía esto para resarcir daños y lavar su imagen.

Pero bien dicen que “gallina que come huevo, ni aunque le quemen el pico”, y el gobierno emanado del PRI volvió a fallar, regresó la corrupción en su máximo esplendor. Brotaron casos como la Casa Blanca de la primera dama de la nación, Angélica Riviera; como el majestuoso avión presidencial y como los escándalos de los gobernadores –en su mayoría priistas- que endeudaron a sus estados con cifras exorbitantes.

Los mexicanos no aguantaron más y mostraron su enojo en las urnas, enviando al PRI al tercer sitio de tres posibles (además de un cuarto independiente). Y hoy este partido sabe bien que ha fallado, que tiene el estigma de la corrupción marcada en la frente y que hoy la inmensa mayoría de la gente no quiere saber nada más de este partido.

Y es así que pretende cambiar las siglas, el nombre para presentarse ante el electorado como aquella mona que aunque la vistan de seda, mona se queda.

No señores, el PRI no falló, el que falló fue su gente, aquellos que se embriagaron de poder y saquearon a manos llenas. Ellos son los culpables y ellos son los que ahora quieren lavar su imagen cambiando al instituto de nombre. No supieron aprovechar su última oportunidad, cantada desde el inicio, y hoy el pueblo no los perdona, cambien el nombre o no y llámense como se llamen.

 

 

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