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Reza un dicho popular que “el que avisa, no traiciona” lo que sin duda alguna quedó de manifiesto en el discurso de toma de protesta del presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 1 de diciembre ante el Congreso de la Unión y posteriormente en el multitudinario acto celebrado en la plancha del zócalo capitalino.

 

Y no traicionó, porque distinto a lo esperado por los analistas políticos, el discurso del ahora presidente tuvo en su contenido todos y cada uno de los elementos a que nos venía acostumbrando en la lucha por su tan anhelado sueño de gobernar a los mexicanos. En sus palabras no existió matiz alguno para contener a los mercados, ni evitó la confrontación como primeros actos de gobierno, sino que presentó al Andrés Manuel de siempre, al que dice las cosas por su nombre y al que llama con arengas al elogio permanente.

 

Pero en su discurso, el presidente hiló frases que en su contenido pudieran parecer inofensivas y que incluso desviaron la atención del análisis periodístico, pero que en un estudio a conciencia, son puntos de alta relevancia para el devenir político de México como ancla de lo que podemos esperar de su gobierno y de su proyecto político.

 

López Obrador señaló expresamente: “Hoy no solo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político”, a lo que sumó lo que el considera, el fracaso del modelo económico neoliberal.

 

Ese argumento fue duramente criticado por los economistas y analistas financieros, pues el cambio del paradigma económico, fiscal e institucional no es cosa fácil y la curva de aprendizaje presentará multiples complicaciones en su proceso de implementación.

 

El diagnóstico omitió lo que considero más importante; si el Presidente contempla en su proyecto un cambio de régimen político, ¿en qué régimen pretende ubicar a México?

 

La teoría política define como régimen político, como el conjunto de leyes e instituciones que permiten la organización del estado y el ejercicio del poder, distinguiéndose entre los principales regímenes a la democracia, la monarquía, la aristocracia, el régimen republicano, oligárquico o totalitario y López Obrador no definió a cuál de ellos transitaremos después de la democracia, que aún con sus asegunes, es el régimen que permitió la asunción de López Obrador.

 

Sin esa definición, nos esperan preocupantes tiempos en los que habrá que analizar con detenimiento el rumbo de nuestro régimen político, lo que de suyo es distinto al régimen de gobierno, esperando que su “transformación” no derive en demagogia, insana para el incipiente desarrollo que alcanzó nuestra democracia.

 

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