Pedradas de realidad

Cancún no es Fuenteovejuna, ni estamos en el Siglo XV, aunque es imposible negar que aún existen merolicos y villanos...

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Cancún no es Fuenteovejuna, ni estamos en el Siglo XV, aunque es imposible negar que aún existen merolicos y villanos dignos de los pícaros que abundan en las obras del Siglo de Oro.

Las piedras fueron lanzadas, las víctimas bien encausadas y las consecuencias hartísimo discutidas. El caso específico del #LordNaziRuso poco tiene que ofrecernos ya, sin embargo, la historia detrás de sus victimarios dista mucho de tener un final, o al menos, uno que nos satisfaga o de perdida, nos deje no tan mal parados.

La Fiscalía General del Estado afirmó que investiga, Seguridad Pública incluso suspendió temporalmente a varios policías para determinar su responsabilidad en el abandono del ciudadano ruso y su aparente permisividad hacia las acciones de la turba. Incluso, el fiscal dijo que haría pesquisas entre la gente que grabó la ejecución de la sentencia sumaria. En tanto, en la web y las redes sociales hay una cacería inaudita para saber quién o qué encendió la mecha que devino en esta gloriosa página la historia de Cancún, sólo equiparable con los saqueos tras “Wilma”.

Medios digitales señalan a grupos en Facebook como los incitadores de la protesta contra Aleksei Makeev, incluso dan nombres y citas textuales de las publicaciones en las redes sociales. Todo en busca de una respuesta, de una explicación al salvaje comportamiento de los cancunenses de verdad, los que viven lejos de las fiestas y cocteles autocomplacientes; esa gente que se la vive en su trabajo, sólo porque no puede salir de los hoteles.

Hace tiempo que la realidad, la cruda y sin filtros de Instagram, no se dejaba ver en el paraíso caribeño. Más allá del parador fotográfico de playa Delfines, a Cancún le sobra gente y le falta sociedad. La turba que acribilló a pedradas a  #LordNaziRuso, la que incitó a que el tal Eduardo, “el héroe de la 70” se lanzará a la muerte en defensa del honor patrio, es la misma que recorre las calles, plazas y parques, harta de la falta de oportunidades para cumplir sus sueños, pero sobre todo, de un hombro en el cual llorar sus penas.

El Cancún bravo, pobre y desilusionado vive oculto en las marismas de las redes sociales, refugiado detrás de los memes donde el chiste sencillo le permite sobrellevar su realidad, hasta que llega a encerrarse en los hoteles para vivir el teatro de la riqueza, aunque sea como un simple tramoyista. Poco importa quién lanzó al mundo en contra de Makeev, es más necesario saber por qué le hicieron caso.

En las redes sociales se busca combatir las noticias falsas. Facebook y Google enfocan baterías para evitar que las medias verdades lleguen al “timeline” de sus usuarios, situación que desde nuestro punto de vista es casi imposible, si tomamos en cuenta que, al final del camino, es el mismo usuario quien decide si hacer caso o no a las mentiras disfrazadas de realidad. El caso del ruso es el perfecto ejemplo de cuan inútil es la “censura” en los medios digitales.

Haya sido como haya sido (Calderón dixit), los videos de Makeev son irrisorios, ridículos y sin sustancia, como todos los que últimamente se han subido a internet. La gente que se dijo ofendida no tenía razón para hacerlo, pues como diría Obi-Wan Kenobi, ¿quién es más tonto? ¿El tonto o el tonto que lo sigue? Filtrar resultados o acallar a vloggers incómodos no evitará que otros personajes chiflados suban contenido a la web, y mucho menos, que tengan seguidores, fans o “haters”.

La falta de cultura, lectura, espacios, parques, oportunidades, llámele como quiera, provoca que los ánimos se mal encausen en diversiones como el linchamiento de #LordNaziRuso, porque nos guste o no, esa sentencia sumaria no fue más que un circo, una bonita anécdota para cientos de personas que por un par de horas sintieron que tenían algo digno de compartir en su “Face”.

El pasado viernes Cancún demostró cuán sencillo es ser víctima del lado oscuro de la realidad, casi tan fácil como ha sido no darse cuenta de la violencia, desinformación e ignorancia que priva entre la gente que sostiene el encanto del paraíso.

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