Nuevos partidos, un insulto a la economía

Somos más los que pensamos que los partidos son vistos como empresas por saqueadores del erario.

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Con miras las elecciones del 2018 a nivel nacional ya se empiezan a conformar y salir a la luz pública nuevas agrupaciones políticas o en su caso partidos nuevos que en su afán de poder solamente están reciclando a los personajes de siempre sin aportar nada nuevo a la población. Quiero aclarar que al señalar “nuevos movimientos políticos” me refiero a la posibilidad o al intento de la formación de los Partidos Políticos Locales.

Por definición, un partido político es un grupo organizado de personas que comparten objetivos y opiniones políticas semejantes y que buscan influir en las políticas públicas mediante la elección de sus candidatos para puestos públicos. El problema no es tanto que haya muchos partidos, el asunto es que a todos los mantenemos nosotros y eso nos cuesta mucho dinero, recurso que bien podría ser utilizado para atender necesidades reales de la población como educación, salud, seguridad y otros.

Cada vez somos más los que pensamos que los partidos son vistos como empresas por saqueadores del erario, que mienten cuando dicen que su razón de ser es la búsqueda de la justicia y una sociedad con menos carencias, porque nunca han sido solidarios con la gente ni se han caracterizado por la prudencia y la generosidad.

Ahora en este segundo semestre del año arrancan los tiempos electorales y como ya es costumbre es el momento en que todos los partidos y agrupaciones sacan de sus cuarteles a sus mejores elementos, ponen su mejor cara y, justamente, es cuando les preocupa Quintana Roo y desde luego el país ya que serán elecciones nacionales.

A estas alturas debemos dejar de engañarnos, porque a los partidos lo que les preocupa, lo único que les importa, es ganar y hasta ahí. En esta ocasión los más preocupados son los del tricolor, quienes a través de sus propios méritos han ganado el desprecio de una gran parte de la población. Gobiernos ineficientes bajo el mando de sus abanderados, funcionarios más que corruptos bajo sus colores, y una situación de turbulencia en el país, en cualquier ámbito y sector, bajo la presidencia de Enrique Peña Nieto, quien es el presidente menos aceptado en la historia.

Hoy el tricolor agoniza, por lo menos en la entidad de la mano de Raymundo King de la Rosa y los ciudadanos no tienen intención alguna en socorrerlo. Para darnos una idea, los partidos en nuestro país recibieron este año más de 4 mil millones de pesos, pero eso sí, este año hubo grandes reducciones al presupuesto en Educación, el Sector Salud, Infraestructura y programas sociales, mientras que a los partidos se les otorgó un aumento del 2.66 por ciento, algo así como 107 millones más que al año pasado.

Los partidos funcionan, pero cuando de verdad son partidos y no depósitos de billetes. En países de primer mundo, las cosas son bastante diferentes, basta con voltear al norte y ver a Estados Unidos. Dos partidos que funcionan: Republicano y Demócrata y que nutren sus campañas de recursos privados, no del erario. ¿Por qué pagarles edificios, personal, vehículos, teléfonos, sueldos, con dinero de nuestros impuestos? Considero que no hay necesidad de crear más partidos políticos; con los que tenemos es suficiente. Y con los candidatos independientes se cubre en exceso el espectro ideológico.

Lo que nos sobran son políticos oportunistas que pretenden sacar del erario vía prerrogativas recursos no solo para vivir, sino para enriquecerse, y que han visto en la creación de un nuevo partido político la mejor forma de hacerlo; clara muestra de ello es Hernán Villatoro Barrios (líder del PT en el estado), quien no sería nadie si no fuera por el cargo que tiene y los miles de pesos que se le asignan cada mes.

Y es que en un país con 80 millones de pobres, tener partidos político que reciben casi 5 mil millones de pesos es una obscenidad, un insulto. México no puede seguir sosteniendo este derroche obsceno e inmoral de los partidos. Ni por la vía oficial ni por la vía ilegal.

Nos urge una reforma política que incluya un replanteamiento de financiación de los partidos basado particularmente en los votos, es decir, vincular el dinero que reciben a la cantidad de sufragios obtenidos en la elección.

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