Corrupción, ¿un mito genial?

Es un gravísimo problema para México, origen de toda desventura y causante de la pobreza.

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El máximo representante de la corrupción política de nuestro país acuñó la frase que seguramente lo perseguirá durante toda su vida: la corrupción es sólo un mito genial. Esta desafortunada declaración del presidente Enrique Peña Nieto, junto con la otra expresión de que la corrupción es un asunto cultural, pintan de cuerpo entero a quien debería ser garante de que se cumplan las leyes y se combata la impunidad.

Ni es un problema cultural ni mucho menos un mito genial, la corrupción generalizada en las altas esferas de la administración pública es un gravísimo problema para México, origen de todas nuestras desventuras y causante de la pobreza, la injusticia y la desigualdad social.

En Quintana Roo, la corrupción que se volvió moneda corriente entre los integrantes de las últimas dos administraciones estatales, provocó un quebranto financiero y económico que no permitió el desarrollo de la entidad y orilló a miles de familias a vivir en la marginación y la pobreza. 

México es uno de los países más corruptos del mundo, los índices de corrupción sobrepasan todos los límites de las mediciones de los organismos internacionales que se dedican a analizar este fenómeno político-social. Sus consecuencias en todos los ámbitos de la sociedad son perniciosas y lamentablemente no hay institución que se salve de este flagelo.

El presidente Enrique Peña Nieto es fruto de la corrupción, forma parte del grupo político más corrupto en la historia reciente del país, de donde han salido personajes causantes de nuestra desgracia nacional y que se extiende como un cáncer que se disemina por todo el cuerpo de la nación. 

Si en México se combatiera la corrupción y su hija la impunidad, podríamos convertirnos en una potencia mundial, pues contamos con recursos naturales en abundancia, pero sobre todo con la capacidad de los mexicanos que amamos al país y no queremos seguir siendo catalogados como una nación tan corrupta que no tenemos la intención de erradicarla.

Sin corrupción no habría pobreza, no se cometerían injusticias, las personas más preparadas serían las que ocuparían los cargos estratégicos para apuntalar nuestro desarrollo, se cumpliría la ley al pie de la letra y en resumen, México se transformaría en una nación moderna en todos los sentidos. 

En lugar de eso tenemos presidentes ignorantes que niegan la realidad abrumadora, funcionarios pagados de sí mismos que se creen superiores a los demás, políticos encumbrados no por sus méritos sino por su complicidad con el poder y millones de mexicanos sumidos en la más absoluta pobreza.

La corrupción inclusive ha provocado que muchos crean que no se puede hacer nada por combatirla, que es un sacrificio inútil, que es mejor quedarnos como estamos, porque al fin y al cabo todos nos beneficiamos de ella y ese es precisamente el mayor problema. 

Pero un México diferente sí es posible, empezando con pequeñas acciones desde nuestro entorno familiar, laboral y social; no podemos quedarnos con los brazos cruzados riéndonos de las ocurrencias de uno de los presidentes más corruptos de nuestra historia contemporánea mientras seguimos siendo la burla del mundo.

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