Putin, 20 años en el poder de una nación
Los pueblos se enferman, igual que los cuerpos y se suicidan igual que las personas atormentadas y sin esperanza...
Los pueblos se enferman, igual que los cuerpos y se suicidan igual que las personas atormentadas y sin esperanza. Muchos ejemplos han habido de naciones que han visto su futuro desmoronarse por entregarse en una especie de hipnosis a líderes o a ideales que las han llevado a la ruina.
Los alemanes, se entregaron en masa a la locura nazi, los otrora prósperos venezolanos se arrojaron al abrazo estrangulante del chavismo y más cerca: la que fuese la nación con el ingreso per cápita más alto de América Latina en 1959, Cuba, se dejó arrastrar por el marxismo que la convirtió de una nación receptora de inmigrantes a una hemorragia de parias deambulando por las selvas de Centroamérica y México en busca de una vía de escape.
En 1917, los rusos, víctimas de la monarquía absoluta (y absurda) de los zares, no tuvieron el tino de concretar la magnífica oportunidad que tenían entre manos de la naciente república liberal de los mencheviques y llevaron al poder a los bolcheviques de Lenin que nunca tuvieron la más mínima intención de convertir a su país en una tierra libre.
Así, en una especie de espiral que pasó por purgas, genocidios y hambrunas, los rusos abandonaron el experimento social de la libertad al fin obtenida para volver a encerrarse en otra cárcel de autoritarismo en manos de los mal llamados comunistas.
Válgase decir que el comunismo es otra cosa que nunca nadie ha implementado en realidad, pues simplemente va en contra de la naturaleza humana, por eso su implementación sólo da como resultado hombres terribles en el poder con herramientas de represión sólo accesibles a los que predican, sin dar el ejemplo, la teoría del socialismo.
Así la enorme madre patria rusa pasó de la monarquía medieval de los Romanov a la dictadura del Partido Comunista y sus ridículos representantes. La idiosincrasia del pueblo ruso se fue trastocando y el anhelo de libertad se mutó en anhelo de supervivencia que para colmo sufrió la terrible calamidad de la invasión nazi de 1941 a 1945.
Vale también resaltar que esta invasión resultó en un desastre tan dramático para el pueblo (20 millones de muertos) precisamente por el nivel de avance que tuvieron los nazis en un país dormido por las paranoias del vulgar Iosif Stalin. Lo trágico de la gesta soviética contra los nazis fue a causa de las malas decisiones de sus líderes que ocasionaron un avance tan aplastante de la maquinaria alemana al inicio; simple: no es lo mismo sacar a tiros al ladrón desde la puerta de entrada que desde la cocina.
Y así siguió el pueblo ruso, que al igual que todos los pueblos que se ven oprimidos por una dictadura, ésta les convence de enemigos externos y los abruma de sacrificio tras sacrificio.
Pasaron los años 50, 60, 70 y al final de los 80 era ya imparable la desaparición del régimen “comunista”, sin embargo, los pueblos que no tienen conciencia social por llevar generaciones dominados por caudillos viven en letargos que los vuelve presa de mentiras fácilmente.
En plena efervescencia de liberalismo y de las sombras de la temible KGB, la antigua policía secreta soviética surgió uno de sus más oscuros personajes: Vladimir Putin. El hábil y despótico líder ha sabido encumbrarse y ha usado las herramientas de manejo de masas que le heredaron sus antiguos jefes.
Con habilidad de mago usa la retórica nacionalista que mantuvo prisionero al pueblo ruso durante la era soviética y la ha transformado en un ser que compendia lo peor del capitalismo de estado con lo mejor del autoritarismo caudillista.
Los antiguos generales y jefes de la represión cambiaron sus toscos carros soviéticos por Mercedes Benz y el carné del Partido Comunista por una tarjeta de crédito. Las medallas pasaron a ser dinero y la maquinaria belicista se puso al servicio de los nuevos millonarios. Putin cumple 20 años en el poder de una nación que no anhela la libertad sino el retorno del imperio zarista.