Vecinos son la familia y sustento de Roberto

El sexagenario invidente acude puntual a una esquina de la región 96 para pedir limosna.

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Roberto acude todos los días a la misma esquina a esperar la ayuda de sus vecinos. (Luis Soto/SIPSE)
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Licety Díaz/SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.- Roberto Pech Campos, acude desde hace 10 años a una esquina de la Región 96, zona en la que vive, para pedir limosna y luchar por un bocado para llevarse a la boca diariamente, sufre de la perdida de vista y no tiene trabajo debido a su edad y discapacidad.

Apenas salen los primeros rayos del sol, Roberto se prepara para la jornada. Una señora en ocasiones lo acompaña a diario a su “lugar de trabajo”, que está a cuatro calles de donde vive. Las veces que no puede llevarlo, llega por medio de ayuda que pide a la gente que pasa por su lado. Su horario es desde las 7 horas hasta las 17 horas.

En su esquina, personas de los alrededores le consiguieron un sillón viejo para que no pase las horas parado, él se auxilia de una sombrilla vieja para refugiarse de la intensidad del astro rey, alista su vaso y comienza su jornada de pedido de limosnas.

Se quita la gorra y muestra una herida producto de un golpe en el cráneo, consecuencia de un accidente que le provocó un hundimiento en la frente a la edad de 25 años. 

A los 40 años, por las secuelas y complicaciones, luego de cuatro operaciones, perdió por completo la visión. Al principio le costó desarrollar el tacto para descifrar el dinero o los objetos. Ahora con 60 años pide a Dios tener más fuerzas para continuar con la vida. 

No falta a la cita

"La mayoría de los taxistas me conocen y ellos en ocasiones me llevan a mi casa cuando tardan en venir a buscarme"

Contó que no falta ni un día aunque haya mal tiempo. “Por aquí al ser una avenida, pasan muchos carros, la mayoría de los taxistas me conocen y ellos en ocasiones me llevan a mi casa cuando tardan en venir a buscarme, son los que más me ayudan con algo de dinero, al igual que los que conducen carros particulares”, dice el sexagenario.

Varios vecinos ya le tienen cariño, se acercan y enseguida él ubica, por la voz, quien ha llegado a saludarle o llevarle algo. Unos le llevan un café, otros le llevan algo de desayuno o comida para calmar la bulla de su estómago; otros simplemente le saludan al pasar por su lado y él le responde con una sonrisa.

Confiesa que no siempre es igual, en ocasiones solo ingiere una comida al día y se puede llevar hasta 70 pesos al bolsillo. Se aflige al decir que es duro no ver y estar sin familia, solo tiene un hermano en Mérida, su ciudad natal, y hace mucho tiempo que no lo visita.

Por ahora solo le queda descansar en una casa abandonada y en condiciones precarias, levantarse nuevamente al día siguiente y volver pedir para comer.

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