Las eras educativas: cambio exponencial

Para Dwight Carter y Mark White existen cinco olas de cambio en la historia de la educación.

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Para Dwight Carter y Mark White existen cinco olas de cambio en la historia de la educación. Estos administradores escolares de los Estados Unidos se refieren exclusivamente a su país, pero la generalización puede ser muy esclarecedora. Tres de estas eras ya ocurrieron, la cuarta está terminando, con una quinta que emerge de entre las cenizas de toda esta hoguera de transformación.

La primera época educativa comenzó en el siglo XVII y terminó en los años 40 del siglo XX. Fue muy larga, de más de tres siglos. Los autores citados la llamaron la era de la estabilidad.

Durante este tiempo el centro de la actividad educativa fue la maestra. Toda propuesta, instrucción, actividad o tarea educativa salía de la mente de esta trabajadora.

Su preocupación era un grupo de niños dentro de un salón cerrado. Hasta hace unos ochenta años, antes de la Segunda Guerra Mundial, esta educación se mantuvo esencialmente sin cambios.

No había disrupciones, que es como se conoce ahora a las situaciones extremas que obligan a las escuelas a transformarse a todo vapor para adaptarse a los nuevos entornos. La tradición era el sello de calidad: las cosas eran como siempre habían sido y como siempre serían. O eso se pensaba…

Es posible determinar con gran exactitud la fecha del alumbramiento de la segunda era educativa: 16 de julio de 1945, a las 5:29 de la mañana.

El primer cambio lo detonó la bomba atómica. Un amanecer histórico en más de un sentido: el desierto de Arizona tembló por la nube en forma de hongo que parió  a la gran disrupción ocasionada por la paradójica capacidad humana de controlar átomos.

La Segunda Guerra Mundial dio inicio entonces a una transformación científica sin precedente, en la que las naciones poderosas siguen compitiendo por la delantera en la carrera armamentista, cara oscura y autodestructiva del avance tecnológico. Es la era nuclear de la educación y su sello es el predominio de la ciencia y la tecnología.

 

La guerra fría

 

Durante este tiempo se vivió la guerra fría, el temor ante los bombazos atómicos soviéticos o norteamericanos disparados desde Cuba o Turquía, el mejoramiento de la calidad de vida en las naciones desarrolladas, la cultura hippie y el movimiento pacifista. Su sello fue el incisivo cuestionamiento al sello de la era anterior: la tradición.

La tercer era dio inicio con el fracaso de la anterior, más o menos al principio de los años 80. Como los norteamericanos se dieron cuenta de que no eran los líderes indiscutibles en ciencia y tecnología, ya que los soviéticos habían puesto un satélite y una persona en el espacio antes que ellos (el Sputnik y Yuri Gagarin), además de que habían logrado importantes avances armamentistas, como desarrollar sus propias bombas de fisión y de fusión, los legisladores norteamericanos determinaron que el culpable de este desastre en EU eran sus escuelas.

Esta desilusión dio el banderazo de salida a la era de la transparencia y la rendición de cuentas.

La medicina fue cruenta: lo que se recetó fue evaluar a fondo a las escuelas y a los docentes, como los culpables que supuestamente eran, mediante extensas baterías de exámenes estandarizados. Fue una época rígida y ansiosa, que cundió como epidemia educativa en todo el planeta.

 Durante los veinte años siguientes los educadores del mundo se dedicaron febrilmente a ajustar planes de estudio, para enfrentar así los resultados de las evaluaciones y ganar un buen lugar en el ranking competitivo de la educación de los países.

Se diseñaron políticas públicas, se establecieron estándares y normas para determinar si los aprendizajes daban en el blanco, se actualizaron leyes sobre la educación… Todo esto cambió brutalmente por los balazos de una desgracia en una escuela norteamericana.

El 20 de abril de 1999 ocurrió la tragedia de la escuela preparatoria Columbine, en Littleton, Colorado. En ese momento comenzó otra gran intrusión en las escuelas: la de la violencia actual.

Un par de estudiantes adolescentes acribilló a profesores y compañeros, dando una lección aterradora, incomprensible y urgente.

Durante mucho tiempo se pensó en nuestro país que la violencia escolar era asunto del vecino… hasta que ocurrió en México, con la tragedia del Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, Nuevo León.

En casi todo el mundo las escuelas han dejado de ser centros de confianza pacífica y requieren ahora de la seguridad pública para garantizarla en las aulas.

La violencia es sólo uno de los grandes cambios radicales que caracterizaron a esta época: reforma educativa mundial, terrorismo, privatización de la educación pública, impacto del internet y de las redes sociales, preocupación por la salud mental de los jóvenes… Carter y White llaman a ésta la era de las disrupciones, la época de los cambios radicales.

Desde entonces las escuelas no han hecho más que intentar adaptarse… con éxito variable ante la oleada de transformaciones. El cambio pasó a ser la nueva estabilidad.

Al tiempo que estamos viviendo le ocurre lo que al término posmodernidad, al que Octavio Paz calificó como la modernidad que no entendemos por vivir dentro de ella.

 ¿Seguimos en la era de las disrupciones, con algunas facetas nuevas, o ya estamos en otra época? Carter y White aseguran que vivimos otros tiempos educativos, que ellos llaman la era del hipercambio.

Lo que ha mutado desde la reciente época de las irrupciones es la frecuencia, la extensión y la velocidad de la transformación: el cambio es continuo, profundo y muy acelerado. Las disrupciones se amontonan unas sobre otras y afectan áreas insospechadas.

Esto implica planes de estudio cada vez más amplios y perecederos, más y más exámenes estandarizados, mayores reclamos de transparencia y rendición de cuentas, una nueva problemática de seguridad en las escuelas, tecnologías que mutan frente a los ojos, conflictos relacionados con la diversidad de identidades, inequidad social creciente, diferencias generacionales así como problemas entre lo local y lo global.

Frente a todo esto, lo verdaderamente importante es pensar en las y los estudiantes que están educándose en nuestras escuelas: ¿Cómo debemos enfocar la educación de quienes nacieron en medio de una transformación permanente? ¿Qué habilidades necesitan aprender ahora para un futuro inimaginable? ¿Cómo se planifica frente a la turbulencia y la inestabilidad?

 Quizá ésta deba llamarse la era del pasmo educativo.

Hay que salir de él a como dé lugar. *Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe.

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