12.10, parto difícil

El origen de nuestros males es carecer de algo que verdaderamente nos haga sentir orgullosos y sea capaz de unirnos.

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Cuando el 12 de octubre de 1492,  el sevillano Rodrigo de Triana gritó: “Tierra, tierra”  después de haber navegado con rumbo desconocido durante más de dos meses, seguramente los corredores de bienes raíces, fraccionadores, especuladores y demás funcionarios dedicados al ramo se frotaron las manos, ante las dimensiones del enorme terreno que apareció en la ruta a las Indias que el almirante Colón buscaba. Tan extenso  era este territorio, que fue necesario que otros países intervinieran en la repartición. 

Nuestros vecinos del Norte fueron colonizados por anglosajones y protestantes y la población nativa que se salvó del exterminio fue puesta en reservaciones. Quizá si el grito hubiera sido: “Trabajo, trabajo”, otro gallo nos cantara.

La suerte de los pueblos al sur del río Bravo fue diferente, conquistados por ibéricos en su mayoría y por la Iglesia católica, marcando así su destino. En México el mestizaje a más de 500 años  aún no termina de dar a luz al prototipo de mexicano que quisiéramos, pues aún sigue lidiando con su violento origen: español conquistador e indígena conquistado, palabras como “güerito”, “patroncito”, “morenito”, “naco”, “huiro” o expresiones como: “No te cases con alguien de apellido corto”, son resabios de este psicológico conflicto.

La existencia de mexicanos de primera, de segunda y hasta de tercera hace imposible tener una verdadera y auténtica nación, porque pareciera que los gobernantes son los encomenderos españoles que regenteaban indígenas,  sin que nadie les pidiera cuentas, y los gobernados asumen esa posición en una subconsciente complicidad, en espera de que algún día el dedo divino los ponga en un cargo público, o un buen amigo  influyente les brinde una palanca.

El origen de nuestros males es carecer de algo que verdaderamente nos haga sentir orgullosos y sea capaz de unirnos como una auténtica nación de mexicanos, en igualdad  de derechos, obligaciones y oportunidades, en la que la justicia sea una sola para todos y que el dinero no la someta y menos el árbol genealógico. Nuestra historia  está plagada de mitos, mentiras y grandes traiciones, que sustentan  nuestros cimientos como nación. 

Como diría una periodista: “Parece que vivimos en un país rentado”, porque, comenzando por la autoridad, no lo sentimos como propio y eso explica el saqueo al que se le somete sexenalmente, como lo hicieron  los españoles durante tres siglos, pues la riqueza  y los impuestos de este país alcanzarían  cuando menos para erradicar la pobreza. 

Al 12 de octubre se le ha llamado de  diversas maneras: el día de la raza, de la hispanidad, del descubrimiento, del encuentro, pero mientras no renunciemos a nuestro polarizado origen el auténtico mexicano seguirá esperando poder construir la nación que se merece.

PD: Para Enrique, por su 5º triunfo en la Uxmal-Muna, a pesar de “la liebre por gato” de los jueces.

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