48 horas para salvar tres corazones

El caso de una madre que fue atacada por su marido con un cúter frente a sus hijos, hace pensar que urgen programas contra la violencia intrafamiliar.

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Leo el caso de una dama que fue golpeada y atacada con un cúter frente a sus hijos. Afortunadamente un vecino vino a su ayuda y la señora salvó la vida. Lo lamentable en este caso es que decidió no interponer denuncia alguna. 

El violento tipo estará en la cárcel cuarenta y ocho horas y regresará a su casa a continuar el círculo de violencia que a la larga tendrá severas consecuencias en toda su familia. 

¿A nadie se le ocurre que esos pequeños necesitan ayuda psicológica? Vieron a su padre intentando matar a su madre. 

¿No dejara en ellos secuencias de violencia que afectarán su historia?. 

¿No hay programas institucionales que vean el oro que hay en cada segundo de esas cuarenta y ocho horas y se acerquen a la señora para explicarle el enorme peligro que entraña no resolver su situación de violencia familiar?.

¿Ni ella ni el marido piensan en los niños y el horror que pasó ante sus ojos y que si no existe la menor intención de arreglar la situación está condenada a repetirse?.

Urgen programas para avanzar en contra de la violencia intrafamiliar.

¿El IEGY no hace nada en estos casos?

Pienso en el programa “Salvemos una vida, A.C.”, creado para la prevención del suicidio -seguimos siendo el Estado con primer lugar en suicidios- desconozco sus estadísticas a favor, pero es una iniciativa ante un problema demoledor. 

Hay una película basada en un hecho real que le ocurrió al alpinista Aron Ralston, “Ciento veintisiete horas”. 

El alpinista ve atrapado su brazo en una roca sin que nadie venga a salvarlo, entonces pasadas 127 horas sin comer ni beber agua, decide cortarse el brazo para salvar su vida. 

Éste caso, que a partir de la película fue muy publicitado, nos hace pensar  cómo a veces es necesario arrancar las cosas de tajo para salvar la vida, aunque duelan, aunque lo extrañemos, aunque sean cortes irreversibles; la vida no puede estar aplastada entre rocas que dañan y afectan no sólo al que vive la violencia sino también a sus hijos. 

Cuando escribí un guión sobre la violencia en el noviazgo, visité albergues de mujeres golpeadas y una me dijo: “Viví 25 años de violencia, pero le agradezco a Dios porque en esos 25 años aprendí que nadie debe golpearme ni poner en riesgo mi vida”. 

Señora-le contesté- la primaria se hace en 6 años, la secundaria en 3. ¿Usted necesitó 25 años para aprender eso? Hay en ese “aprendizaje” un contexto de sufrimiento inculcado desde la infancia. 

Sabemos de casos donde el marido violento sale de la cárcel a matar a la pareja.  ¿Qué esperamos? ¿Cuántos años son necesarios para aprender que la violencia en la familia puede ser la aniquilación de todos los que la viven?  Así tengan cuatro años.

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