Los llamados “diputados plurinominales” surgieron en 1977 a idea del brillante Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, como respuesta a la crisis política de entonces.

Según se dijo, todo esto se hizo para reflejar la pluralidad de la nación. Sin embargo, no se descarta que con los “pluris” también se buscara dividir a los partidos de oposición intentando que sus integrantes se pelearan por los “puestos seguros”, lo cual ocurrió en algunos de ellos.

En Acción Nacional, sus dirigentes enfrentaron con inteligencia y generosidad este reto. Con grandeza de miras los panistas ni elegían para estas “pluris” a los amigos cercanos ni hacían un reparto entre grupos. 

Decidieron elegir a los panistas o ciudadanos que quizás no eran los más carismáticos para ganar una elección de mayoría, pero cuya capacidad elevara el prestigio y eficiencia del Legislativo. Con ello, luego se ganarían más mayorías. Así llegaron legisladores de la talla de Abel Vicencio Tovar, Carlos Castillo Peraza, Gabriel Jiménez Remus, Juan de Dios Castro Lozano, Fauzi Hamdán Amad, entre otros. Por el PRI, llegaron por esta vía personajes de alto perfil como Beatriz Paredes o José Luis Lamadrid, entre otros.

De tal suerte que denostar por denostar a los “pluris” es un error. A veces detrás de la intención de desaparecerlos está el interés faccioso de grupos de poder económico.

Cierto que hay que exigirles a las cúpulas partidistas que las “pluris” no sirvan para el reparto entre allegados. Buena la reducción de su número y el incremento del porcentaje de votación para acceder a esta modalidad (como antes ya propuso el PAN negándose entonces el PRI que ahora, oportunistamente, quiere abanderar esta propuesta). Pero es un exceso querer desaparecer por completo la representación proporcional que genera equilibrios de poder importantes.