Abrazando mi muerte

No sólo nos acompaña el temor de morir, sino que nos espanta que sea a través de un camino plagado de dolor...

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Durante algunos momentos de esta semana estuve pensando sobre la edad que tengo, me pude dar cuenta que casi con seguridad ya he rebasado con mucho la mitad de mi vida; aun suponiendo que alcance las edades de mis abuelos, muy probablemente me queden unos treinta años de vida, si todo va bien quizás cuarenta, aunque la verdad es que mi vida podría terminar en cualquier momento, quizás en unas cuantas horas o días.

Generalmente al hablar de la muerte acabamos hablando de la muerte de otros, de la muerte de los demás, como si la muerte no fuera algo que nos fuera a suceder a nosotros; antes el gran tabú era el sexo, ahora lo es la muerte, sobre todo cuando se habla de la propia, como si el hablar de ella fuera algo indebido o inmoral; si alguna persona anciana o enferma llega a osar hablar de su muerte de inmediato todos los que la rodean se dan a la tarea de alejar tan impropias ideas de la mente de quien habla, asegurándole que aún tiene mucha historia y mucha vida por delante, como si alguno de ellos pudiera en realidad asegurar cómo evolucionará su vida.  

No podemos vivir pensando en la muerte y por ello dejar de vivir con intensidad el hoy, pero tampoco podemos transitar por esta vida negando la muerte como parte real y normal de la vida, sobre todo cuando se trata de la nuestra. Casi con seguridad un hombre llega verdaderamente a la vida adulta cuando es capaz de contemplar su propia muerte cara a cara, cuando la madurez le permite entender con naturalidad que así como su vida tuvo un principio tendrá un fin; es desde esa certeza de la propia mortalidad que debe surgir en nosotros el deseo de vivir plenamente todos los días, minutos y segundos que la vida nos regale.

El miedo a la muerte es algo del todo natural, lo es porque nos enfrenta a lo desconocido, porque en realidad la muerte es cruel y puede llegar a serlo mucho dependiendo de las circunstancias en las que se dé. No sólo nos acompaña el temor de morir, sino que nos espanta que sea a través de un camino plagado de dolor; todos tenemos ese miedo, pero recordemos que los valientes no son aquellos que carecen de miedo, sino los que a pesar de ese miedo le sacan todo el jugo posible a la vida, porque la vida es bella, pero no por fácil y tenemos que reunir el coraje de vivirla en toda la plenitud de su belleza.

No podemos engañarnos con una muerte descafeinada o angelical, sin duda será horrible, pero no hay que temerle; quien vive permanentemente su día a día con temor a la muerte, habrá desperdiciado su vida, no la habrá sabido vivir y al final de sus días tampoco sabrá vivir su muerte, morirá simplemente porque no puede evitarlo, sin haber entendido y comprendido su propia muerte, sin darse cuenta de que la muerte sólo señala el término de una labor, el final de un período y el inicio de otro; la muerte es la graduación de la vida, la culminación de una obra y a veces estamos tan temerosos ante ella que después de habernos perdido la vida acabamos perdiéndonos también nuestra propia muerte.

Nunca faltan aquellos creyentes que intentan convencernos y convencerse a sí mismos de que no debemos temer a la muerte, porque sabemos que después de ella nos encontraremos con Dios, cuando en realidad hasta los creyentes temblamos ante el aguijón de la muerte; es normal, debemos aceptarlo sin avergonzarnos, aun el propio Jesucristo al orar en el huerto de Getsemaní ante la proximidad de su muerte transpiró sangre ante la tensión y la desesperación de lo que sabía que venía para Él, tanto que dijo: “Padre si es posible aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesucristo como verdadero hombre también sintió el temor a la muerte, pero éste no le impidió vivir y decidir entregarse por amor a los seres humanos.

Al final, como diría mi muy querido José Luis Martín Descalzo:

Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

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