Las advertencias de Montessori

Nuestras sociedades se sacuden cuando los medios publican los desafortunados y excepcionales casos de jóvenes que cometen delitos tan graves como el de Monterrey...

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Mi escuela es mi segunda casa, pero mi casa es mi primera escuela.- D.P.

La doctora María Montessori dedicó su vida a la investigación científica de la mente infantil. Sus postulados fueron tan avanzados que incluso hoy podrían considerarse revolucionarios y yo diría que a veces mal comprendidos.

En 1949 Montessori, una italiana que tuvo además el arrojo para ser la primera mujer en graduarse de médico en Italia, publicó un libro que, en estos tiempos, sería bueno tener presente: “La mente absorbente del niño”. 

Sería complicado abordar aquí todas sus aportaciones en este y otros tratados, pero, en general, podemos decir que giran en torno a una educación basada en la ayuda para la vida a partir del nacimiento, confiando en la mente privilegiada de los niños, que por sí mismos construyen al hombre que serán.

En este modelo, los padres no son directores de la vida infantil y, si actualizáramos esas ideas a nuestros tiempos, mucho menos lo serían otras fuentes externas como los contenidos digitales a que ya a muy tierna edad los padres exponen a los hijos. 

Los padres, según Montessori, deberían ser colaboradores que procuren una “higiene mental” para que el niño, como un obrero, pueda hacer de forma natural su trabajo que “es producir el hombre”, en un ambiente propicio. Si esto se lograra, los niños pasarían a ser jóvenes maduros, auto responsables, disciplinados y los padres alcanzarían una autoridad mayor. 

Pero esta ayuda, este ambiente sano para que la mente infantil realice su trabajo, no puede darse si los padres no lo disponen y, yo creo, si sus mentes no se liberan de hábitos que perturban sus mentes y las de sus hijos. 

Nuestras sociedades se sacuden cuando los medios publican los desafortunados y excepcionales casos de jóvenes que cometen delitos tan graves como el de Monterrey y aunque estadísticamente la mayoría de los delitos juveniles no son de este tipo, no es viable afirmar que los jóvenes delinquen porque las leyes son “benévolas” o porque el Estado no los castiga lo suficiente. Pensar así sólo busca exculparnos y evitar ir a la raíz del problema.

En todo caso, las leyes buscan los mecanismos más idóneos para resarcir los daños que ya hemos hecho en las mentes infantiles.

Muy al caso recomiendo la película “Con la frente en alto” (La tête haute), que retrata la reconversión de un joven delincuente en el sistema de justicia juvenil en Francia y demuestra por qué sí vale la pena seguir apostando por ellos.

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