Que es tal la cantidad y la calidad de la riqueza arqueológica de Yucatán que el aficionado a estudiar las maravillas de la cultura maya –y cuanto más el profesional de la especialidad– no se cansa de admirarse y de asombrarse de lo que va conociendo. Hace poco un yucateco enamorado de su tierra comentaba que había visitado en un municipio del sur del Estado una caverna, donde hay decenas de urnas de barro que contienen cenizas, lo cual le permite a esta persona deducir que se trata de un cementerio.

Guiado por un vecino del lugar, entró algunos  cientos de metros hacia lo profundo de la gruta y su asombro fue creciendo: en las paredes había decenas de manos y algo que parecen rostros dibujados con pintura roja en paredes y piso. Hubo quien le dijo que esa gruta es similar a otras que hay en esa región y que no han sido catalogadas por el INAH, pero lo peor es que están expuestas al saqueo. Hay tanto tesoro que las fuerzas y posibilidades del INAH son exiguos para preservarlo. Parte de la responsabilidad en esto es de quienes somos herederos de esa gran civilización. Ojalá se entienda así.

Que hace poco más de una semana  se celebró el Día de Cartero, instaurado en el México posrevolucionario para perpetuar el acto de heroísmo de un trabajador del ferrocarril que, dice la leyenda, trató de salvar la correspondencia que llevaba un convoy tras de que fue dinamitado por los alzados.

Lo que sí es cierto es que se celebra la honradez y el espíritu de servicio de los encargados de repartir las cartas. Hoy día esos esforzados empleados ya no llevan noticias a las casas sino cuentas de banco y avisos de pago. Sin embargo, lo siguen haciendo con el mismo sentido de servicio.