Agustín Granados, ocho años

Agustín se quejaba de lo que ocurría en los medios ante la llegada de la tecnología.

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Cuando el periodista Agustín Granados murió ya se vislumbraba lo que sería la nueva época de la multimedia en la información; los portales de noticias, la televisión a través de teléfonos móviles e internet a través de las redes de tv por cable se estaban convirtiendo en realidad. 

Eso fue hace ocho años, cuando a ese extraordinario entrevistador y corresponsal de guerra de Televisa y fundador del Canal 40 lo alcanzó el cáncer de garganta que lo debilitó tanto que, tras una crisis, murió de un infarto el 3 de enero de 2006.

Poco antes, Agustín se quejaba de lo que ocurría en los medios ante la llegada de la tecnología. Pero no se trataba de un rechazo a las infinitas posibilidades que la convergencia en las telecomunicaciones abría a los medios, sino a lo que estaba ocurriendo con los periodistas, con los reporteros.

Para un hombre que vio la guerra en Nicaragua, El Salvador y Argentina, que cubrió catástrofes naturales y reportó tanto conflictos electorales como los debates del Congreso parecía inconcebible la forma en que los reporteros renunciaban a las calles, a acudir al lugar de los hechos, a buscar a las víctimas y a cuestionar a los poderosos.

Granados solía decir que en las redacciones de los medios mexicanos ya no había muchos que sepan a lo que huele un incendio o un basurero, que sepan curiosear entre papeles, que hayan visto directo a los ojos a un personaje o conozcan los lugares donde un par de huevos sean un manjar para una familia de cinco personas, simplemente  porque creen que conocer el mundo, la realidad, es posible a través de uno o varios clics en el buscador de internet.

Los medios cambian, sin duda, los periodistas deben adaptarse, pero no pueden renunciar a cumplir su papel de testigos de los hechos, de rastreadores de datos y hacedores de las revelaciones que descubren al público una realidad que quizá intuían, pero que solo sería posible conocer a través del trabajo de un reportero.

Esa es una de las muchas lecciones que, a ocho años de distancia, me sigue provocando Agustín Granados, hombre polémico, rasposo y lleno de claroscuros que supo sacarle la vuelta al control y la censura que se imponía en los medios impresos y electrónicos en las décadas de los 80 y 90, los cuales son cada vez más un mal recuerdo que una realidad ante la avalancha de medios surgidos gracias a las nuevas tecnologías y que son unos buenos, otros malos o peor que feos, pero que han multiplicado los canales por los que fluye la información.

Al final, lo que nos debe quedar como recordatorio es que los medios pueden evolucionar, pero la curiosidad, el hambre de saber, la capacidad de conseguir, contrastar y validar datos, la necesidad de ser testigo de lo que pasa y de estar en el centro de los sucesos que son los motores que mueven a un reportero seguirán siendo requisito indispensable para hacer buen periodismo, sin importar si éste se presenta en periódicos, radio, televisión, internet o redes sociales. Por recordarnos eso cada año... Gracias, Agustín.

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