Amor sin adjetivos

La homofobia tiene distintos matices, la más simple es la que se burla de las diferencias, la moderada niega los derechos que por ley le corresponden y la radical es la que llega a asesinar.

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Si algo le falta al mundo es amor, y mucho; amor a la naturaleza, a nuestro país, a las personas y a nosotros mismos.
Mérida es una ciudad que siempre tiene una agenda bastante distinta a la nacional, lo que importa en el país no es necesariamente importante para nuestra ciudad, pero al igual lo que no es tan importante en todo el país se vuelve tema central en la nuestra. Y bajo esta premisa una parte de la población yucateca se montó al debate de los matrimonios igualitarios, su principal señalamiento: “Una familia sólo puede formarse por la unión de un solo hombre y una sola mujer, y su fin es procrear”, excluyendo a todos los demás tipos de familia: las madres o padres solteros, los abuelos que tienen que criar a sus nietos porque sus padres se fueron de compras un día y no regresaron, las tías o tíos que asumen el papel de padres y madres y también las familias homoparentales. 

Con la temática de la defensa de la familia “tradicional” algunos grupos salen a marchar, a gritar, a levantar cartulinas y dan entrevistas indignados contra el Estado, que en esta ocasión está siendo congruente con lo dicho desde hace tiempo por la Suprema Corte de Justicia.

Partamos de que la homofobia tiene distintos matices, la más simple es aquella que se burla de las diferencias, la moderada niega los derechos que por ley le corresponden a las personas homosexuales, la radical es la que llega a asesinar. Como sociedad, es necesario que entendamos que los discursos de odio lo único que logran generar es violencia, tal y como sucedió en la ciudad de Xalapa, Veracruz, el pasado 22 de mayo con un saldo de 7 personas muertas, o en Orlando, Florida, donde este fin de semana ocurrió una de las peores masacres en Estados Unidos, donde murieron 49 personas y quedaron heridas otras 50; en ambas ciudades el objetivo principal eran clubes gays y la homofobia en su peor matiz se hizo presente.

El odio duele, porque, a pesar de guerras, muertes, y desastres naturales causados por el ser humano, hemos sido incapaces de aprender de nuestros errores. Recordemos que hace cuatro siglos las personas de color tenían sus propios baños y no podían utilizar los designados para las personas blancas o hace tres siglos el matrimonio entre una persona de color y una persona blanca era ilegal; pensar en aquello ahora nos resulta irracional, pero en ese tiempo, cuando por ley se determinó que tales acciones atentaban contra los derechos humanos, muchas personas se manifestaron, y la historia les hizo entender su error; hoy pasa lo mismo. 

Para acabar con el odio debemos comenzar a educar, concientizar, sensibilizar y generar cambios para entender que los derechos humanos no son para debatir, son para reconocer, promover, defender y garantizarse, porque antes de ser lesbianas, gays, bisexuales, travestis, heterosexuales, transexuales, transgénero o intersexuales somos personas.

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