Angel Fuentes Balam, poeta cruel

Porque la belleza surge de tu propio demonio, la ternura del ángel se convierte en crueldad y el verbo se hace carne herida que sangra una poesía sin límites.

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Recuerdo el título de un poemario publicado en México, en el ya lejano 1958, de la poeta bilbaína Ángela Figuera Aymerich: “Belleza cruel”. Lo traigo a cuento no sólo porque los nombres propios de ella y de Angel Fuentes Balam coinciden en la naturaleza alada de esos seres semidioses del judeocristianismo, sino porque el adjetivo “cruel” que califica al sustantivo “belleza” pudiera parecer un oxímoron pero no lo es en absoluto. Ya dijo Rilke que “todo ángel es terrible” y tanto Figuera Aymerich como Fuentes Balam, con casi un siglo de distancia entre una y otro lo demuestran.

Ella tuvo que publicar en México porque en España los poetas eran perseguidos sin tregua por las depuraciones franquistas de la posguerra, él pertenece a una generación a la que nadie persigue por hacer poesía y puede publicar donde le dé la gana, el ciberespacio incluido. Pero a él lo persiguen desde dentro sus demonios y eso es peor, muchísimo peor para un poeta de su calidad y de su fuerza. Y es precisamente la crueldad unida a la belleza lo que me entusiasma en la obra de este poeta nacido en Yucatán, apenas en 1988.

Como todo lo angélico definido por Rilke es terrible y cruel la belleza en la poesía de Angel Fuentes Balam, que ahora recoge en el poemario “Cruoris o la rabia que fuimos”, obra ganadora del Fondo de Apoyo para la Producción Editorial del Conaculta y la Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Mérida.

Porque la belleza surge de tu propio demonio, la ternura del ángel se convierte en crueldad y el verbo se hace carne herida que sangra una poesía sin límites, muchas veces excesiva, hasta ahogarse en su propio caudal.

Es el momento de hacer presencia constante “la rabia que fuimos”, la que somos, sin ventanas que sirvan a la fuga. En un impulso circular de reescribir una página y otra como fluye la sangre de la matanza.

La palabra que Cicerón hace entrar al latín “cruor, -is” de la que deriva nuestra “crueldad”, no sólo significa “sangre” (“cruor”) o “de la sangre” (“cruoris”) sino también “la sangre derramada”, y también “la matanza”, como eco de algún Titus Andronicus shakesperiano.

Músico, actor, director, dramaturgo, poeta, padre amantísimo y amante en sangre derramada, la obra de Angel Fuentes Balam ya marca un hito fundamental en la muy rica producción poética de los jóvenes en la Península.

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