Arrullos

Ahora mismo habrá padres marchándose de la casa sin importar todo lo que destroza el abandono egoísta.

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En una sociedad donde el concepto de familia es cada vez más diverso -disfuncional- faltan palabras para explicar la ausencia de aquellos que deberían ser parte de ella. 

Es difícil encontrar las palabras justas para explicar a los más pequeños, cuidar no herirlos o generar más dudas en ellos. 

No sé cómo se puede explicar la ausencia del padre si éste abandona a la familia justo en el momento en que nace el hijo más pequeño. 

Éste es el dilema de Benjamín y su hermano; dos personajes que construyen su vida asidos al recuerdo de un padre que  se fue y el deseo de Benjamín por conocerlo. 

La puesta en escena logra momentos conmovedores y de fugaz belleza, más de un espectador borra la lágrima furtiva que escapa desde algún lugar de la infancia amordazada; son más los hombres que deben arrancar las lágrimas de las mejillas, intentando aventar lejos la pena de sentirse descubiertos ¿Abandonados? ¿Ausentes? 

Las mujeres lloran menos porque son más las que deciden quedarse con sus hijos y arrullarlos.

Con los primeros acordes musicales, Christian Cortés aparece en escena con el corazón vulnerado, caminando de puntitas sobre el río de la ausencia, colgando sus deseos en la luna, apagando una estrella fugaz a modo de vela de cumpleaños y pidiéndoles  conocer a su padre. 

El antagonista, Abraham Jurado, culpa a Benjamín de ese manto silencioso que ahora viste la madre al no poder explicar el abandono paterno. 

Escrita y dirigida por Hasam Díaz, “Arrullos para Benjamín” se inserta en el teatro para niños que toca temas fuertes desde la mirada más vulnerable y cruel: la infancia. 

Las actuaciones son precisas, equilibradas y por ello se  vuelven entrañables. La dirección es perfecta, parece que el director encontró la manera de conducir a sus actores a crear el universo particular desde su interior y luego dejarlo crecer, salir de ellos y convertirse en un espacio mágico e iluminado.

Ahora mismo habrá padres marchándose de la casa sin importar todo lo que destroza el abandono egoísta, en este momento hay niños preguntándose quién es su padre, si se parecen a él, si fue su culpa que se haya ido, si no tiene curiosidad de conocerlos, si  vendrá en su cumpleaños, si su madre siempre fue triste o se volvió así cuando el padre se fue. 

Donde las palabras faltan está el teatro. No para decir verdades, sino para volverse el espejo más profundo en el que un ser vulnerado puede mirar en otro su propia ausencia y llorar un poco antes de que venga la luz. Iluminemos a los niños con el buen teatro, al salir, nos apretarán la mano con fuerza, en un gesto cómplice que nos dirá todo en el  valor amoroso del silencio.

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