Asesinar con la palabra

Olvidamos el poder de las palabras para edificar o destruir; la fama, la vida, la reputación, el amor de quienes nos rodean pueden ser exaltados o destruidos por nuestros labios.

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San Felipe de Neri nació en Florencia en el año de 1515, durante su juventud vivió en Roma y ahí pudo darse cuenta de que, en el apogeo de los Médici, un buen número de cardenales de la Iglesia se hallaban bajo su influencia, muchos de ellos se comportaban como príncipes de una corte y no integrantes de la vida religiosa; es en este ambiente que Felipe decide trabajar por reevangelizar a los romanos; desarrollando una intensa labor para promover las enseñanzas de Jesucristo fue llegando a ser conocido como el Apóstol de Roma. Cuenta con innumerables anécdotas en su vida, una de ellas especialmente relacionada con el poder de la palabra para destruir.

Un día se acercó a confesarse con él una mujer que reconocía haber calumniado a sus vecinos en reiteradas ocasiones, chismes e inventos eran parte de su vida diaria; Felipe, mirando en ella más una falta de juicio y de conciencia que un deseo de maldad y perversión, le impuso como penitencia que en ese momento fuera al mercado y comprara una gallina y se la trajera, sólo que en el camino debería ir arrancándole las plumas y arrojándolas por las calles. Extrañada, la mujer cumplió el encargo y una vez ante él aseguró haber cumplido su penitencia, a lo que Felipe replicó que no, que ahora debía desandar todo el camino y recuperar hasta la última pluma para entregársela y poder recibir el perdón.

Presa de la angustia, la mujer rompió en llanto y le aseguró que aquello no se podría, pues el viento las había esparcido por toda la ciudad y sería prácticamente imposible poder recuperar todas las plumas. Es cierto, le respondió el santo, pero aun así tienes una mejor oportunidad de recuperar las plumas que todas aquellas palabras que has lanzado contra tu prójimo. Las calumnias, chismes y mentiras que has vertido sobre los demás han volado por todos lados y el mal encerrado en ellas no puedes detenerlo ya; anda, continúa tu camino y no peques más.

Olvidamos el poder de las palabras para edificar o destruir; la fama, la vida, la reputación, el amor de quienes nos rodean pueden ser exaltados o destruidos por nuestros labios. Vivimos en una sociedad del chisme y la crítica fácil sin estar plenamente conscientes del dolor, el sufrimiento y la angustia que podemos llegar a repartir a raudales, juzgando sin saber o peor aún sabiendo y calumniando con intención de destruir. Acuchillamos inmisericordemente las vidas de quienes nos rodean vomitando nuestras frustraciones y vaciando nuestro excremento espiritual sobre quienes ni saben, ni esperan y mucho menos entienden por qué son las víctimas de la perversidad de nuestra alma.

Con las palabras asesinamos la relación entre hermanos cuando, cegados por envidias, pasiones o la necesidad de reconocimiento, atentamos contra la verdad en aras de lograr para nosotros aquello que no es nuestro; trituramos y pulverizamos amistades cuando nuestro ego enrojece de envidia ante los logros de nuestros amigos; escupimos el doloroso veneno de la soledad o de nuestros fracasos de pareja sobre las parejas felices que tanto tienen lo que a nosotros se nos ha negado o no hemos sabido cultivar. En general denigramos la verdad cuando calumniamos el amor que nos rodea en cualquiera de sus formas simplemente porque a nuestra vida no ha llegado y es así como la pudrición del corazón se nos rebosa en forma de palabras por la boca.

Triste realidad la del calumniador asesino del amor que lo rodea, incapaz de cultivar el amor en su vida se revuelca en su dolor por la dicha ajena; en la autoadoración y falta de amor a los seres humanos que lo rodean se incuba el veneno de la calumnia que lanza al mundo, veneno que una vez salido de su boca se esparce por todas las calles del mundo, palabras de dardo envenenado que una vez lanzadas al aire acabarán clavándose en algún lugar sin que lleguemos a ser conscientes de la extensión del mal que hemos iniciado, del dolor, el llanto y la amargura que nuestras palabras, hijas de la envidia y la autosuficiencia, van dejando por el mundo.

El calumniador ignora que sólo procurando la felicidad de los demás existirá un ambiente que hará posible la llegada de la felicidad a su vida, sólo manteniendo una actitud de justicia, comprensión y piedad se generarán seres humanos que lo tratarán a él mismo con justicia, comprensión y piedad. Dicen que el que a hierro mata a hierro muere, el calumniador tendrá que entender que el que con su vida da amor, amor recibirá de la vida misma.

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